Alejandro Zambra: Otra forma de narrar la ausencia

Columna por: Celeste Espinosa

“Una novela que nos lleva lento y sin prisa por lugares cotidianos al mismo tiempo que nos tiene con angustia…”


¿Alguna vez has recordado tu infancia por una frase? Es decir, ¿alguna vez alguien dijo las palabras exactas que te devuelven a un punto de tu infancia? Eso precisamente es lo que me pasó cuando leí “La vida privada de los árboles” de Alejandro Zambra. Sucedió hace varios años, cuando una amiga me lo recomendó, así que comencé a leerlo como quien no quiere la cosa y terminé enganchada. Es un libro corto, que fácilmente se puede leer en una tarde lluviosa o aprovechando un día de poco trabajo. En mi caso lo leí esa misma tarde y el hecho de que un padrastro le contara una historia inventada a una niña que extraña a su mamá me enterneció, pero conforme pasaba las páginas otras emociones iban llegando, y es en torno a ello que hablaré a continuación.

Para comenzar, Alejandro Zambra es un escritor chileno que se formó como Licenciado en Literatura Hispánica y a lo largo de su vida se ha dedicado a diversas cosas, como dar clases, editar en varias revistas literarias y escribir algunas columnas para algunos medios, sin embargo, fue hasta 1998 que su carrera como escritor empezó a tomar forma. Zambra comenzó como poeta, su primer libro fue Bahía Inútil que, si bien tiene una propuesta interesante, no fue demasiado divulgado, más tarde escribió Mudanza donde mostró muy claramente que ya se iniciaba en el camino hacía la narrativa, así que para 2006, cuando publicó Bonsái se consagró como una de las nuevas voces que llegaban a hacer eco en Chile.

Alejandro Zambra

Al año siguiente publicó su segunda novela, La vida privada de los árboles, la cual, debo agregar, cae en el género novela porque debía estar en alguno, sin embargo, parece más un diario novelado, un diario de un hombre que cuenta historias a una niña. Zambra optó por comenzar la historia así, con un hombre llamado Julian que será el protagonista y a partir del cual veremos las historias de los demás personajes comenzando por Daniela, la niña a la que intenta dormir con sus cuentos inventados. En un uso preciso de la tercera persona, Zambra describe la naturaleza de la relación entre ellos, en primer lugar, queda claro que Daniela no es hija de Julian, sin embargo pronto queda claro que se llevan bien. 

Cuando por fin Daniela, de 8 años, se queda dormida es cuando Julian aprovecha para reflexionar y recordar sobre su vida, en primer lugar nos muestra a Verónica, que de primer momento sólo es quien no llega, pronto vamos intuyendo que Julian y Verónica son pareja. Mediante el uso de una narración muy simple, directa, sin rodeos, Zambra nos dice un hecho que en primer momento no asombra, pero que con el tiempo comenzará a abrumar: “Veronica es alguien que no llega”.

De esta forma, el comienzo de la novela va a transcurrir en las cavilaciones nocturnas de Julian, recordando su vida antes de Verónica y Daniela, su divorcio, su casi nula estabilidad económica y la forma en que conoció a su actual pareja, recorremos con el narrador el pasado de Verónica y de los estragos que vivió cuando se embarazó de Daniela, la forma en que el mundo del arte la decepcionó y se refugió en la repostería, todo esto mientras Julián mira un partido de fútbol y espera a que Veronica vuelva, pero ella no vuelve.

En este punto Zambra sabe que genera expectación, que todo lector está ansioso por saber más del presente, pero de ello mismo se abraza para mostrarnos todo el contexto al mismo tiempo que la ausencia de Verónica comienza a ser más y más palpable. Para amainar esa sensación de angustia, Julian continúa recordando su vida y la forma en que su pasado lo fue llevando al punto en el que se encuentra ahora. Recuerda con detalle su desastrosa relación anterior que culminó en una despedida propia de una novela por sí misma, su exnovia había dejado pintado en la pared con tinta roja “andate de mi casa conchatumadre”. Con este tipo de descripciones que van de lo dramático a lo divertido, Zambra nos mantiene en vilo sin dejarnos olvidar que este libro no es más que la espera de alguien.

Una novela que nos lleva lento y sin prisa por lugares cotidianos al mismo tiempo que nos tiene con angustia, Verónica parece ser una mujer que lo llega, pero Zambra desdobla su identidad, nos muestra una mujer real vista sin las ensoñaciones de quien ha perdido algo, sin la idealización que se le suele poner a quien ya no está. Alejandro Zambra alterna con fragmentos de poemas una narrativa que por sí misma y sin pretensiones nos lleva por las vidas de varias personas, aparece y desaparece historias de personas con la habilidad de un narrador experimentado. Muy fácilmente nos vemos identificados con el vaivén de pensamientos que aquejan a quien no quiere preocuparse en vano y que sin embargo, se preocupa. Sentimos una ausencia que pesa, que estorba, no porque no se quiera tener, sino porque está presente sin estarlo, permanece a nuestro lado durante toda la novela a pesar de que se dice muy poco al respecto, es vivir un duelo largo que parece muy corto por la cantidad de páginas pero que sin duda deja en el lector una sensación difícil de describir.

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