Con la fuerza de un golpe en la cara: La crónica de Jesús Koyoc

Columna por: Celeste Espinosa

“Creo en la importancia de leer autores contemporaneos, no sólo porque las voces y estilos son frescos, sino también porque la temática que abordan resulta relevante, especialmente si son géneros que conectan los aspectos más reales con la narrativa.” 


Durante la educación básica es muy cotidiano que se conciba la literatura como un ente extraño, en ocasiones se encasilla en una forma arcaica en la que los valores como el amor, la valentía y la fé suelen ocupar un espacio fundamental, por supuesto que ese tipo de literatura muy al estilo de un Calderón de la Barca no es atractiva para nadie salvo para quienes ya se han adentrado en el tema, otra forma en la que la literatura es vista a veces es como un instrumento de conquista donde el único objetivo es conseguir la atención del ser amado, basta con una ojeada a poemas como Nocturno a Rosario para darnos cuenta por donde la va la cosa.

Por supuesto que mi intención no es demeritar ese tipo de obras, al contrario, creo que tienen un valor importante en el desarrollo de la literatura actual, sin embargo, considero que no son la mejor forma de acercar a lectores nuevos al gusto por la literatura. Es por ello que creo en la importancia de leer autores contemporaneos, no sólo porque las voces y estilos son frescos, sino también porque la temática que abordan resulta relevante, especialmente si son géneros que conectan los aspectos más reales con la narrativa. 

Por ello es que en esta ocasión recomiendo un cronista que no pueden faltar en la biblioteca de cualquiera que sienta interés por la realidad social y que además es una gran opción para introducirse a este género que se disputa entre texto comunicativo y literario, pero que en mi opinión es un híbrido entre ambos, pues no hay manera de filtrar un hecho real a texto sin pasar por las manos de su autor, lo que lo convierte en una forma de literatura, una expresión artística.

Mi recomendación es Jesús M. Koyoc Kú, originario de Yucatán, quien ha destacado como cronista, al ser ganador del segundo lugar del concurso número 48 de Punto de Partida de la UNAM, además ser cofundador de la revista Efecto Antabus con la finalidad de hacer difusión artística. En El Escudo Yucatán o la policía de la decencia blanca, su texto ganador, Koyoc no escatima en recursos para nombrar, narrar, denunciar las injusticias ocurridas en su estado, en donde el gobierno se dedica a dar una imagen blanca, la capital es la ciudad blanca, en donde nunca pasa nada, una ciudad segura que esconde detrás de su escudo un enorme racismo, un montón de arbitrariedades que acontecen en la más cínica impunidad y que Koyoc escribe con una rabia encarnada que no nubla sus palabras, sino que las hace más claras, más lúcidas, más precisas:

Imagina que una noche sales de fiesta. Consumes con moderación. Decides hacerlo así porque ese día te permiten sacar el auto –o porque vas en bicicleta, o a pie, o simplemente porque sabes que tienes que volver sano y salvo. Te vas a casa temprano. Sin saber porqué, la policía comienza a seguirte. Prefieres pensar en otra cosa. Que no te siguen, que, por Dios, eso no puede estar pasándote a ti. Imagina que la policía te detiene de forma arbitraria. Te cierran el paso. Te obligan a bajarte del coche o de la bicicleta o a detenerte. Luego, simplemente te apuntan a la cabeza. Con una pistola de verdad. Con balas que pueden destrozar tu cráneo. Y entonces desaparecerías en las profundidades de la noche. Las tinieblas te morderían la piel, desgarrándote por completo. Nadie sabría nada de ti. Imagina que, mientras te apuntan a la cabeza, te obligan a desnudarte, a tirarte al piso. Y mientras tanto, te gritan. Te acusan de un crimen que no has cometido. No un crimen cualquiera, sino un asesinato.

Jesús Koyoc toma entre sus palabras todas las promesas huecas de un gobierno corrupto y las convierte en denuncia, alterna entre formas narrativas para hacer de su texto un recuento de atrocidades sin siquiera acercarse a lo más profundo de un pozo sin fondo de injusticias acalladas por el interés de seguir teniendo la imagen de un lugar ideal, con su centro colmado de historia, con el sincretismo que tanto aman los inversores que amalgama la cultura maya con la herencia de la conquista, con su ubicación tan llena de naturaleza pero que no representa ningún obstáculo si resulta ser un estorbo para alguna empresa o constructora, una ciudad blanca construida precisamente así, para los blancos, que bien podría llamarse Mérida o Puebla o León.

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