El cambio de voces narrativas como estrategia para crear horror en Nuestra Parte de Noche

Imagen destacada: El Ángel Caído, Alexandre Cabanel (1868)

Columna por: Celeste Espinosa

“Me parece cotidiano el gusto por sorprendernos, por buscar experiencias que nos lleven al límite y qué mejor que encontrar esas emociones en espacios seguros como en el cine o la literatura”.


La spooky season puede haber terminado en el calendario, pero sin duda el gusto por lo tenebroso, lo paranormal y lo perturbador permanece con nosotrxs. Basta con ver el impacto que generan al público las producciones de stream sobre asesinos seriales, o la gran cantidad de podcasts, videos, películas, series y más que hay sobre el tema. Me parece incluso cotidiano el gusto por sorprendernos, por buscar experiencias que nos lleven al límite y qué mejor que encontrar esas emociones en espacios seguros como en el cine o la literatura.

En lo personal, la ficción de terror, horror, suspenso y drama es mi favorita; eso me ha llevado a buscar siempre autores y autoras que me sorprendan con su narrativa o me conmuevan con su poesía. Sin embargo, pocas veces una novela me ha provocado tanta fascinación como lo hizo Nuestra Parte de Noche de Mariana Enríquez. 

Para contextualizar, Mariana Enríquez es una escritora argentina que ha destacado en la literatura, no sólo latinoamericana, sino en la literatura mundial, como una de las voces más importantes. Esto se debe en gran medida a que su narrativa tiene como una de sus cualidades más significativas dar la impresión de estar enmarcada en situaciones muy oscuras, las cuales contrastan con los contextos que retrata la obra de Enríquez, quien también ha aprovechado la narrativa para mostrar lugares de su natal Argentina de forma auténtica y con una sutil crítica que consigue que los lectores nos sintamos en confianza, lo cual contribuye a generar el pacto ficcional tan necesario en textos como los que Mariana propone.

En 2016, Mariana escribió Las cosas que perdimos en el fuego, una antología de cuentos que la llevó a ser reconocida internacionalmente como una narradora excepcional por amalgamar de forma muy específica y sin pretensiones el horror y la crítica social de una Argentina en ruinas que bien podría representar a toda América Latina. En dicha antología, Mariana escribió La casa de Adela, un cuento que más bien parece un homenaje a las historias de casas embrujadas, en la que destacan aspectos como los niños como protagonistas y narradores, una sociedad inmersa en crisis y un aspecto paranormal que cumple con su función de forma precisa. Ese cuento puede no resaltar en la antología pues compite con otros textos que se llevan la mirada, pero en su estructura y forma, esconde muchas pistas y detalles inquietantes que generan en el lector la intriga sobre qué es lo que habita en esa casa. 

A partir de ahí, Mariana Enríquez desarrolla toda una novela en la que la casa de Adela pasa a ser sólo una pieza en la enorme estructura que genera Enríquez. Nuestra parte de noche contiene seis capítulos en los que no sólo existen cambios temporales, sino también cambios en la voz narrativa, lo cual genera una dimensión más profunda no sólo en los personajes, sino también en la historia. La primera parte está ambientada en el principio de los 80’s y sigue la historia de Juan y su hijo Gaspar. De inicio, la narración parece más bien un roadtrip de un hombre que viaja de un punto A a un punto B sin mayores complicaciones que su salud, deteriorada por problemas cardiacos.

Sin embargo, muy pronto la historia comienza a moverse a situaciones más escalofriantes conforme Mariana nos va dejando pistas sutiles mediante conversaciones de los personajes o de la propia narración. Veremos a Juan, el personaje principal de esta primera parte como un hombre terriblemente hermoso que se encuentra todo el tiempo al borde de la muerte, pero que está motivado por un objetivo: llevar a su hijo a un lugar seguro, pronto vamos comprendiendo que padre e hijo se esconden de La Orden, una suerte de sociedad secreta que venera a espíritus oscuros, y que Juan ha servido como un médium para invocar al Dios oscuro que tanto esperan.

Mariana Enriquez

Con esto en mente, Mariana desarrolla todo un universo en el que incluye una historia familiar compleja con una fuerte opinión sobre las clases sociales y al mismo tiempo, desarrolla la historia de los niños que se ven llenos de curiosidad por una casa embrujada. Durante las casi 700 páginas que abarca la novela, seguiremos los pasos del padre e hijo que huyen en distintas etapas de sus vidas, a lo largo del primer capítulo leeremos un roadtrip ambientado en el asfixiante calor del verano argentino, veremos a Juan huyendo en compañía de su pequeño hijo Gaspar, ambos con una belleza física fuera de lo común, y conforme su viaje avanza, iremos descubriendo pistas que la autora va dejando estratégicamente para llevarnos a descubrir que existe un culto a un dios oscuro, todo ello permea las tradiciones de la periferia, las cuales están retratadas de una forma muy particular por una voz narrativa que está empapada de un cariño muy propio de alguien que recuerda su infancia. 

De esta forma en los capítulos siguientes pasaremos por distintos estilos narrativos, por un lado se encuentra la historia de una familia dedicada enteramente al culto al dios oscuro, en la cual se filtra una muy precisa crítica social, que desemboca en escenas que pueden llegar a asquear incluso al más obtuso de los lectores, sin embargo, provocan una intriga difícil de explicar y que lleva al lector a sentirse incluso paranoico.

Más tarde, Mariana nos hace encariñarnos con Gaspar y lo vemos crecer a lo largo de la novela, de manera que se convierte también en testimonio de una vida plagada de contradicciones y tragedias que descolocan, no sólo al personaje, sino también al lector. Finalmente, Mariana usa sus habilidades de periodista y de ensayista para agregar dos capítulos que bien podrían ser considerados prólogo y epílogo, ambos con voces narrativas ajenas a lo sucedido que logran que la novela tenga dimensiones complejas y enriquecedoras. 

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