Actualmente, la adquisición de obras de arte es tan sencillo como tener unos $41,500,000 USD para poder comprar Warrior de Basquiat, por ejemplo. Sin embargo, también es posible encontrar reproducciones certificadas –y no certificadas– de la misma pieza en un precio aproximado de $500 USD. 

Las falsificaciones han existido desde principios del siglo VII a de C. en Lidia, cuando se desarrolló la acuñación y surgieron las primeras monedas. Es decir, se busca la fácil reproducción de un objeto en cuanto surge un método o técnica con gran peso económico o simbólico. En el caso del arte, las piezas reproducidas aparecieron en el momento en el que se manifestó el imperio del autor. Siendo este el pedestal invisible; divino, en el que es observado por público y crítica. Cuando se colocó la primera firma sobre un lienzo, se concretó la ideología de la naturaleza contemplativa, singular y exclusiva de la obra de arte. 

Warrior, Jean Michel Basquiat (1982)

Unicidad y autenticidad. Estas nociones bajo las que se expresa el arte hoy en día dentro de las cuatro paredes del cubo blanco –a pesar de grandes esfuerzos por romper el espacio expositivo de museos y galerías– se encuentran llenas de un romanticismo caduco, en el que el sentido purista es mayor que el significado o las implicaciones estéticas reales de cada obra. Gran parte de los museos no tiene idea del porcentaje de falsificaciones que tiene en sus paredes frente a su público, frente a los medios. 

Fake, fake, fake…

Evidentemente, la circulación de obras falsas existe y se mantiene al operar bajo la palabra mágica del mundo del arte: Autenticidad. El caso más grande es el de la Knoedler Gallery, tan grande que incluso se realizó un documental para Netflix titulado Made You Look: A True Story about Fake Art en 2020.

La galería abrió sus puertas por primera vez en 1846, estableciéndose como una de las más grandes e importantes del circuito hasta que cerró abruptamente en 2011. El flujo de falsificaciones pertenecientes a la corriente del expresionismo abstracto que llegaron a la galería partió de Glafira Rosales, un nombre desconocido en el mundo del arte. En 1994, Rosales entró a Knoedler para ofrecerle a Ann Freedman, directora hasta su renuncia en 2009, una serie de Pollocks, Motherwells y Rothkos.

Untitled (1956)
Falso Rothko

A lo largo de su estancia como directora, Freedman vendió el equivalente a cerca de 80 millones de dólares en pinturas falsificadas. En 2004, Domenico y Eleonore De Sole llegaron a la galería buscando alguna pieza de Sean Scully. Fue la misma galerista quien les informó que lamentablemente no contaban con lo que buscaban; sin embargo, tenía un Mark Rothko que podría interesarles, parte de una colección familiar suiza que quería mantenerse anónima. Los De Sole pagaron 8.3 millones por la supuesta obra del pintor expresionista. En ese momento, Freedman firmó su sentencia, así como la de la Knoedler Gallery.

Años después, en 2011, Domenico comenzó a sospechar de la autenticidad de su compra cuando Pierre Lagrange, coleccionista inglés, demandó a Freedman y a la galería después de que ésta cerrase inesperadamente después de 165 años de historia ininterrumpida. Lagrange compró Untitled 1950 de Jackson Pollock por 17 millones de dólares cuatro años antes, en 2007. El inglés decidió demandar después de realizar un análisis forense en el que se encontraron rastros de pintura que no se estaba disponible mientras Pollock vivía.

Un boceto de la sala del tribunal de Domenico De Sole en el estrado de los testigos con la pintura falsa de Rothko que compró en la galería Knoedler.

Las manos que realizaron los trazos que engañaron a coleccionistas durante más de una década le pertenecen a Pei-Shen Qian, pintor chino que emigró a Estados Unidos para tratar de ganarse la vida de sus lienzos, lo cual sucedió… parcialmente. Si bien Rosales era quien tenía el trato directo con la galería, José Carlos Bergantiños Díaz se encargaba de conseguir cada vez más piezas para su venta. A finales de los 80 se acercó a Qian para preguntarle si era capaz de recrear un Pollock, a lo que Qian respondió afirmativamente. Así comenzó la estafa.

A pesar de todo, el artista chino se defendió al decir que no tenía idea que su trabajo estaba siendo utilizado de tal modo. Esperaba que, si a alguien le gustaba, pudiese comprarlo por un bajo precio y colgarlo en su sala o su cocina. Actualmente radica en China mientras se acerca a los 80 años; sigue pintando; ya no vende sus pinturas.

Pei-Shen Qian

Falsos… ¿legales?

Por otra parte, existen las reproducciones legales. Prácticas que sirven para un número de instituciones e individuos (coleccionistas), desde la preservación de una obra antigua hasta llenar la pared de algún comedor sin poner en riesgo –o pagar millones en– una pintura original. En 2015, Henry Bloch donó una importante cantidad de pinturas impresionistas del siglo XIX y XX al Nelson-Atkins Museum y éste, a su vez, respondió con reproducciones para devolverle a Bloch.

Otras instituciones, como casas de subastas (Christie’s) y museos de gran renombre (Metropolitan Museum of Art) también realizan reproducciones para sus clientes coleccionistas, ya sea para asegurar donaciones o por alguna comisión especial. En ocasiones, es mucho más reconfortante guardar cualquier pieza en alguna bodega o caja de seguridad y encargar un símil que le sustituya. Las copias certificadas tienden a ser más caras que algo que podría encontrarse en Amazon o Etsy, ya que son servicios profesionales de residentes, o, en ocasiones, servicios de terceros, como es el caso de Lowy.

Las galerías Bloch en el Nelson-Atkins Museum

Lowy fue fundada en 1907 como una compañía que ofrecía conservación y restauración, además de marcos y bastidores. Con el tiempo llevaron su oferta a la evaluación de colecciones; llegando así a la oferta de reproducciones para la salvaguarda de obras. En cuanto a la utilización de las falsificaciones, Lowy redacta un contrato, dejando saber a ambas partes que sus servicios no van más allá de las copias y cualquier uso indebido –venta, reventa o subasta– de éstos, no les implica.

El mundo del arte se encuentra en una contradicción constante. Podría incluso argumentarse que se llega a descaros absurdos. Entre más casos de falsificaciones vendidas en millones de dólares y museos exhibiendo piezas en sus eternas paredes, más preguntas surgen en torno a la naturaleza del arte, a la naturaleza del objeto.

Parece que es verdad, el arte sí imita al arte.

¿Acaso el arte se encuentra en la cosa o va más allá? ¿Si el objeto puede reproducirse pero el momento estético no, en dónde se encuentra el arte? ¿Cuál es el caso más grande que conoces?

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