La infancia desde la narrativa de José Emilio Pacheco

Imagen destacada: El principio del placer (Portada Ediciones Era, 2016), José Emilio Pacheco (1972)

Columna por: Celeste Espinosa

“José Emilio Pacheco reconoce la capacidad del joven de ser consciente de situaciones sociales que a menudo los adultos consideran invisibles para las y los jóvenes, pero que no lo son […]”


José Emilio Pacheco, nacido en CDMX, es uno de los autores más representativos de la generación de medio siglo, como prodigio de la literatura se destaca en casi todos los ámbitos, escribió novela, poesía, ensayo, cuento, artículos y además traducía textos con destreza. Sin duda existen muchos poemas que forman parte de mis favoritos, pero la narrativa de Pacheco no puede dejarse atrás, con El principio del placer publicado en 1972, marcó una pauta desde la que guiaría a una generación entera de lectores que se sintieron identificados con las historias que Pacheco escribió.

Una de las cualidades que más reconozco en su narrativa es su enfoque en la infancia, es decir, la sociedad en general tiende a ser profundamente adultocentrista, por lo que también lo es la literatura, por lo que leer textos que se enfocan en la experiencia de niños contada desde la infancia e incluso como un recuerdo, siempre resulta enriquecedor.

En el principio del placer, cuento homónimo a su antología, Pacheco usa la primera persona para posicionarnos en los zapatos de un pre-adolescente, con un formato que simula ser el diario personal de su protagonista, Rafael, quien se muestra como un joven con una posición social privilegiada que tiene como padre a un militar de alto rango que se codea con los políticos más influyentes de la época, por lo que Rafael se encuentra inmerso en un contexto social que no escatima en observaciones y opiniones clasistas, sin embargo,  Rafael es un joven normal, inteligente e interesado por la cultura.

José Emilio Pacheco

Conforme el diario avanza, vamos descubriendo, de la mano de Rafael, a su primer amor y resulta inevitable sentirse identificadx, en gran medida por la forma que Pacheco eligió para contarnos todo ello, con entradas de diario cortas y concisas, como si estuvieran escritas con la prisa propia de esos años al principio de la adolescencia en los que la urgencia por experimentarlo todo intensamente apremia cualquier tipo de explicación. 

Mediante estas entradas es que nos vamos enterando, no solo de la primera experiencia amorosa de Rafael, sino también encontramos vistazos muy claros de una crítica social muy bien formulada y sutilmente colocada entre los pensamientos dispersos de un joven que aunque se encuentra distraído debido a su irremediable enamoramiento, es capaz de observar lo que sucede alrededor y de notar las irregularidades con las que vive la sociedad acomodada del puerto de Veracruz, además de las opiniones sociales en torno a temas como la sexualidad femenina, el prestigio social, la corrupción en el gobierno y la precariedad laboral.

En mi opinión, este aspecto es uno de los que más aporta José Emilio Pacheco, pues reconoce la capacidad del joven de ser consciente de situaciones sociales que a menudo los adultos consideran invisibles para las y los jóvenes, pero que no lo son, como se lee en el siguiente fragmento: 

Anegaron las tierras, concentraron a sus habitantes en no sé dónde y no tuvo que intervenir directamente mi padre. Sigo esperando respuesta de Ana Luisa. Fui al cine con Candelaria y Duran. Programa doble: Sinfonía de París y Cantando bajo la lluvia.

Las batallas en el desierto (Era, 2013), José Emilio Pacheco (1980)

José Emilio Pacheco continúo explorando los aspectos infantiles en contextos diversos en Las Batallas en el Desierto (1980), obra ambientada en el sexenio de Miguel Alemán, a mediados del siglo XX, en la que Carlos, un niño que vive en la zona adinerada de la un Distrito Federal que, al igual que ahora, tenía muy bien delimitados los espacios que debían ocupar los miembros de esta zona y el área que era de los demás, los otros.

Carlos como niño recuerda muy claramente los matices que los adultos acentuaban al hablar de colonias más populares como la Doctores, un niño muy consciente de las precariedades sociales y de las propagandas políticas que prometían un porvenir glorioso lleno de desarrollo tecnológico que permitiría tener una vida llena de comodidades en la que no haría falta nada, Carlos recuerda estas promesas sabedor de que no eran más que mentiras que se lanzaban al pueblo para obtener votos y por lo tanto, recursos, sin embargo, en medio de aquel caos social y político, Carlos siempre sigue siendo un niño, cargado de la ingenuidad y la ambición propia de su edad, pues pasa sus tardes jugando batallas en el desierto, nombre de su juego preferido que su vez enmarca un montón de batallas más sutiles en las que se encuentran la lucha de clases, la precariedad laboral del lado menos favorecido de la ciudad y el constante bombardeo del aspiracionismo característico de la época: 

Mientras tanto nos modernizábamos, incorporábamos a nuestra habla términos

que primero habían sonado como pochismos en las películas de Tin Tan y luego

insensiblemente se mexicanizaban: tenquíu, oquéi, uasamara, sherap, sorry, uan

móment pliis. Empezábamos a comer hamburguesas, páys, donas, jotdogs, malteadas,

áiscrim, margarina, mantequilla de cacahuate. La cocacola sepultaba las aguas frescas

de jamaica, chía, limón. Unicamente los pobres seguían tomando tepache. Nuestros

padres se habituaban al jaibol que al principio les supo a medicina. En mi casa está

prohibido el tequila, le escuché decir a mi tío Julián. Yo nada más sirvo whisky a mis

invitados: Hay que blanquear el gusto de los mexicanos.

Entre este embrollo de recuerdos, Carlos narra con picardía su primer enamoramiento, sin embargo, lejos de ser una situación entre colegiales que implica ternura, curiosidad e inocencia, veremos un amor extraño en donde Carlos se enamora de forma casi sobrenatural de la mamá de su compañero de escuela, quien es ex esposa de un hombre con cargo importante en el Gobierno de México, poco a poco la historia va tornándose lenta, lúgubre y nos enfrentamos al desconcierto cuando se acerca el final, no sabemos si Jim, el compañero de escuela, y su mamá, Mariana, fueron reales, pero al menos en el universo narrativo de Carlos lo son, al grado de ser necesario contar su historia, así como la recuerda desde niño, con la intensidad de emociones, de sensaciones, con el hambre de experiencias y la expectativa siempre despierta para atrapar cada una de los momentos que puedan atesorarse como memorias.

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