Las complicaciones contemporáneas del arte Pt I: De algoritmos y artificios


Hemos creado la IA a nuestra imagen y semejanza, y los resultados pueden ser… feos. También es un problema increíblemente difícil de resolver, aunque su atractivo pueda encontrarse en su rareza.


¡Grandes noticias! Seinfeld está de vuelta después de unos cuántos años sabáticos y el reboot se ve… diferente.

El episodio interminable de Seinfeld generado por IA es sólo una de las muchas producciones que circulan hoy en día, y al igual que Donald Glover o Seth Rogen, no hay medio que la IA no esté preparada para abordar.

Hace tiempo que pensadores se preguntan qué ocurrirá con el mercado laboral cuando la tecnología de IA empiece a sustituir a los asistentes administrativos, los altos directivos y todos los demás. Con la llegada de herramientas como DALL-E, Deep Dream y ChatGPT, siguen surgiendo nuevas preguntas. ¿Sustituirá la IA a los artistas? ¿De qué manera se categoriza o en dónde se insertan las producciones “artísticas” de la IA? ¿Son buenas? ¿Malas? ¿Es reduccionista considerarlo así? ¿Podría una aburrida pieza de tecnología, el controlador midi, proporcionar las respuestas?

Cuando las máquinas… ¿atacan?

Ahora bien, en principio, esta pregunta parece exigir una respuesta en dos partes, así que, en primer lugar, por supuesto, la gente intentará utilizar la IA para sustituir a los trabajadores existentes en todo el espectro de las artes y el entretenimiento. No hoy y no mañana, pero eventualmente, y no en un estilo Skynet… idealmente.

Si alguien tiene que publicar un artículo en una web de noticias, ¿por qué pagar a un humano para que cree una imagen de portada o saque una foto cuando basta con recuperar una imagen en un portal gratuito de inteligencia artificial? Los resultados pueden ser un poco raros, pero es gratis. Además, para empezar, ¿por qué pagar a alguien para que escriba el artículo? Ya no hacemos eso -excepto este, que fue hecho con mucho amor, por supuesto-.

Del mismo modo, si alguien está preparando un libro infantil, ¿por qué pagar a un ilustrador cuando podría conseguir una herramienta de IA para crear ilustraciones al estilo de alguien que ya tiene éxito? En segundo lugar, la IA no puede sustituir realmente a las personas existentes, porque las imágenes son a veces espeluznantes y a menudo extrañas y básicamente réplicas o mezclas de estilos artísticos preexistentes.

La gente no puede conformarse eternamente con instalaciones miserables de lo conocido, ¿verdad? Después de todo, no sólo existe una necesidad humana innata de crear arte, también existe una necesidad humana innata de contemplar.

El arte de la IA es una novedad por el momento, pero tampoco es –tan– genial. En resumen, las personas van a utilizar estas herramientas para ahorrar dinero en trabajo artístico y esto va a ser una pesadilla para la gente que se gana la vida como artistas gráficos, ilustradores, escritores, compositores, actores de doblaje, etc., porque muchos de nosotros nos quedaremos sin trabajo o ganaremos la mitad de lo que ganábamos antes por cuidar de los programas inteligentes y asegurarnos de que no hagan nada demasiado raro.

Sospechando que la demanda de arte original y de calidad seguirá existiendo, la pregunta más complicada es: ¿podrá alguna vez la IA hacer eso, es decir, podrá alguna vez el arte de la IA ser realmente “bueno”? Y de nuevo, primero tenemos que preguntarnos si su rareza y sus errores podrían ser su gracia salvadora.

Hoy en día, la generación de imágenes mediante IA presenta todo tipo de problemas. Por ejemplo, los rostros humanos se representan con una cantidad increíble de dientes. Es una locura lo aterrador que resulta imaginar una boca humana ordinaria pero con más dientes; por otro lado, las manos humanas tienen demasiados dedos y parecen realmente algo salido de Slender Man. 

El pintor y teórico del arte inglés del siglo XVIII Alexander Cozens estaba esbozando rápidamente un paisaje para un estudiante cuando se dio cuenta de que las marcas preexistentes en la página habían contribuido inconscientemente a su representación. Escribió:

Las manchas, aunque extremadamente tenues, parecían al revisarlas haberme influido, insensiblemente, en la expresión del aspecto general del paisaje.

Después siguió experimentando con el error orgánico en su obra.

¿Errores felices?

Cuando entran en el arte elementos de azar o errores, el autor puede ajustar su proceso. Una mancha roja accidental en un paisaje puede convertirse en un globo aerostático, alterando por completo la obra y sus posibles interpretaciones. En cambio, la IA que se limita a cumplir su programación se limita a extraer y consolidar imágenes para cumplir indicaciones. No es capaz de reconocer sus errores, y mucho menos de utilizarlos para añadir profundidad y alterar nuevas estructuras.

Esto es similar a un argumento esgrimido en un reciente artículo de opinión del New York Times del que es coautor Noam Chomsky. En él se afirmaba que, aunque la IA puede reorganizar elementos existentes, en realidad no puede realizar un trabajo creativo y especulativo. En otras palabras, no puede preguntarse “¿por qué?”.

En el ensayo de Martin Heidegger, El origen de la obra de arte (1950), pone como ejemplo un cuadro de Van Gogh, Zapatos (1886). Heidegger sostiene que la obra de arte nos permite ver lo que los zapatos son en realidad. 

Shoes, Vincent van Gogh (1886)

En el cuadro, vemos el trabajo de la campesina en el campo; su lucha por comer el peaje colectivo de esa vida. Vemos los zapatos como piezas de un equipamiento que hace posible una determinada forma de vivir, de estar en el mundo. Van Gogh no lo hace a través del realismo fotográfico, sino utilizando técnicas artísticas para acentuar el desgaste de las botas. Jacques Derrida, comentando el ensayo, señaló incluso que las botas parecen ser dos zapatos izquierdos. 

De este modo, una representación artística del mundo que no es técnicamente exacta acaba por ayudarnos a comprender el mundo de una forma mucho más realista y veraz, pero más allá de su capacidad para revelar una obra de arte tal y como la representa un artista, tiene un carácter inherente y específico, como ya señaló Walter Benjamin en 1935 en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica.

Argumentaba que en su era de producción en masa, cuando la tecnología podía de repente reproducir instantáneamente y con precisión una obra de arte y enviar su imagen a todo el mundo, el valor del arte se ponía en peligro. Además, hay que tener en cuenta que esto le preocupaba en 1935. Si viera nuestra tecnología ahora, se volvería loco, se caería muerto… otra vez.

Esto se debe a que, a menos que se vea la representación original, la imagen artística pierde su aura, es decir, su autoridad estética, y el aura de las obras de arte procede de su autenticidad o su singularidad, así como de su ubicación física y cultural. Benjamin explica que:

Incluso la reproducción más perfecta de una obra de arte carece de un elemento: su presencia en el tiempo y el espacio, su existencia única en el lugar donde se encuentra.

Por eso puedes tener en tu casa una copia superprecisa de la Mona Lisa que puede quedar bien, pero nadie hará fila durante horas para mirarla.

Así que, según estos pensadores, para que algo sea verdaderamente arte, una obra requiere la revelación de una visión del mundo, autenticidad y una presencia en el tiempo y el espacio. ¿Podrían las máquinas hacer algo parecido? Pues bien, imaginemos que las máquinas son realmente inteligentes, como promete el origen de las siglas IA. 

Del paso al acto…

Entrenado con un conjunto de datos de, por ejemplo, rostros humanos, quizá el generador algorítmico de imágenes nos revele cómo nos ven realmente las máquinas; que nos ven como conjuntos de cuántos dientes, ojos, dedos y demás. Una suma de nuestras extrañas partes. Por otra parte, son un espejo de cómo nos ve la sociedad en su conjunto, especialmente en lo que respecta a sus prejuicios. La IA no reconoce los rostros negros o asiáticos con la misma precisión que los blancos. 

Así que si imaginamos a la máquina en el lugar del autor, tal vez, sólo tal vez, esté revelando algo con sus creaciones. Pero hay algunos problemas con esto: en primer lugar, la IA sólo parece revelar algo más allá de lo obvio cuando comete errores; por ejemplo, los dientes de más y los dedos espeluznantes se consideran problemas que la mayoría de los creadores de algoritmos probablemente quieran solucionar, no florituras creativas u opciones artísticas. Además, como ya se ha dicho, no pueden incorporarse a la obra para añadir un nuevo -posible- significado; en segundo lugar, las imágenes o el texto no están hechos como tales por ningún agente humano, no se está mostrando nada sobre el mundo porque en realidad no hay nadie que nos esté mostrando nada aquí.

La máquina no es más que un programa entrenado en un conjunto de datos extraídos de las palabras e imágenes existentes en el mundo. No elige imágenes basándose en un juicio estético, sino que simplemente establece conexiones basándose en la similitud de los términos de búsqueda. Por ejemplo, cuando los algoritmos reproducen ideologías racistas, no están siendo racistas, sino que simplemente reproducen los prejuicios explícitos o implícitos de sus ingenieros o de la sociedad en cuyo conjunto de datos fueron entrenados.

Estos prejuicios se codifican accidentalmente en la máquina, lo que nos lleva al tercer punto: la intencionalidad. Como escribe el teórico e historiador del arte Thierry de Duve: 

Antes de ser cualquier otra cosa, todas las imágenes son declaraciones de la intención de hacer una imagen.

Pero es difícil atribuir intencionalidad a la IA. Aunque los teóricos discuten hasta qué punto debemos emplear la noción de las intenciones del autor al interpretar el arte, la existencia de esa intención es intrínseca a considerarlo arte en primer lugar, y esta intencionalidad es inherentemente humana. Finalmente, el acto de hacer imágenes sólo es posible porque tenemos la facultad de la autoconciencia reflexiva, es decir, somos capaces de representarnos a nosotros mismos y reflexionar sobre nuestro propio ser convirtiéndonos en objetos a nuestros ojos.

Cuando la IA parece cumplir las condiciones de éxito de sus entusiastas suele ser aburrida y genérica, es en estilo de algo que podría ser bueno. Es decir, lo revolucionario realmente asombroso no se ve ni suena ni se siente como se supone que debe hacerlo; a menudo es exactamente lo contrario, pregúntenle a Iggy Pop o algo.

Aquí podría tomar una pista de otra innovación creativa, una que a primera vista parecía replicar mal algo más orgánico y humano: los controladores midi. Lanzados por primera vez en 1983, los controladores midi replican los sonidos de instrumentos orquestales, así como de sintetizadores más complicados y caros. Ahora bien, en manos equivocadas estos instrumentos, como el arte de la IA, parecen una aproximación… pero cutre. Sin embargo, cuando se manejan bien, los midis pueden servir para conseguir un tipo de sonido concreto, como demuestran cosas como la banda sonora de Final Fantasy –pre orquestas reales– o la música de Devo.

La lección aquí es que, una vez que dejemos de intentar utilizar estas tecnologías para replicar con exactitud algo que nunca –por ahora– podrían y, en su lugar, aceptamos sus ventajas, limitaciones e invocaciones particulares, podemos utilizarlas para hacer cosas únicas y revolucionarias. Así pues, la rareza del arte generado por la IA es potencialmente interesante siempre que se conserve e incluso se fomente esta rareza y, sobre todo, siempre que siga participando un ser humano real.

Un mono puede ser capaz de embadurnar de pintura un lienzo, y es famoso por ello, pero no está reflexionando sobre su propia existencia en el proceso -que sepamos-, pero estos problemas más que abrir y cerrar el caso sobre la promesa artística de la IA, pueden guiarnos hacia una idea de cómo la IA podría tal vez ser buena. Aunque algunos, como Nick Cave, la odien. Como dijo en The Guardian al reaccionar ante un pastiche de sus letras hecho por la IA: “Esta canción apesta”.


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