Las Malas: La necesidad de ser comunidad

Imagen destacada: Las malas (Tusquets, 2019)

Columna por: Celeste Espinosa

“La obra no pretende ser en ningún momento una crónica novelada o una autobiografía con aspectos exagerados, porque por una parte usa su propia historia para narrar la identidad travesti […]”


Desde hace algunos años tengo una afición declarada a las novelas que me generan varios estados de ánimo a la vez, me gusta encontrarme con un texto que en un párrafo me hace reír y en el siguiente me hace llorar, parecería un gusto extraño, sin embargo esas novelas han sabido acompañarme en momentos importantes y ese precisamente fue el caso de la novela “Las Malas” (2019) de la escritora Camila Sosa Villada. Para comenzar, debo decir que yo conocí la obra de esta autora a través de su primer libro de poesía, La novia de Sandro (2015), dónde a través de poemas sin título y prosas poéticas explota en una reflexión continua que se atropella por salir como palabras que se han guardado mucho tiempo pero se alterna con imágenes calmadas de una rutina que da espacio a la fluidez de las ideas:

Finalmente, me distraje y preferí la compañía de mis amigas, de las

maricas que embellecen mi vida. A esta edad, ni el amor ni el odio les reservo

a esos protomachos. Ni deseo ni pasiones para los centauros de frágil

testosterona. Siempre malhumorados, apóstatas de la comunicación, con esos

regalos resquebrajados que traen como ofrendas a nuestros pies, igual que un

gato obsequia una rata muerta a su dueña.

No es que esta distancia sea irreconciliable, pero conozco a los hombres.

Yo misma solía ser uno.

La novia de Sandro (Caballo negro, 2015)

Camila Sosa nació en Córdoba, Argentina dónde estudió Comunicación Social y Teatro, pronto comenzó a destacar en ambas áreas pues presentó varias obras y más tarde incursionaría en la actuación. En la escena LGBTQ+ de Argentina también se hizo muy conocida por la forma de abordar distintos temas sociales siempre con una irreverencia propia de una autora consolidada pero con la crudeza de quien no olvida que el entorno social puede llegar a ser atroz. 

Las malas” fue la novela que la llevó a ganar premios literarios y la colocó en la mira de la sociedad que cada vez se mostraba más interesada en la temática que abordaba la comunidad LGBTQ+, sin embargo, la novela tiene la capacidad de causar un escalofrío con sus descripciones y al mismo tiempo dar esperanza. 

La novela comienza en un parque donde un grupo de prostitutas travestis se reúnen para conseguir clientela, la imagen que pinta Camila es desoladora, un parque urbano decadente, oscuro y frío, como si se tratara de un espacio que se convierte en selva al caer la noche y es que sólo de noche es que las travestis salen y se camuflan para evitar ser vistas porque no desean, para evitar el insulto, el rechazo y la violencia. 

Por las noches se torna salvaje. Las travestis esperan bajo las ramas o delante de los automóviles, pasean su hechizo por la boca del lobo, frente a la estatua del Dante, la histórica estatua que da nombre a esa avenida. Las travestis trepan cada noche desde ese infierno del que nadie escribe, para devolver la primavera al mundo.

Porque Camila Sosa no sacó su texto de la ficción ni de la investigación exhaustiva, Camila retrató de forma muy puntual pasajes de su propia vida en la novela como ha manifestado en varias ocasiones, su narradora comparte sus orígenes precarios, con la violencia que enmarca casi todas las historias de quienes la acompañan, comparte también el oficio que desempeñó y que conoce de primera mano sin la necesidad de recurrir a voces externas. Sin embargo, la obra no pretende ser en ningún momento una crónica novelada o una autobiografía con aspectos exagerados, porque por una parte usa su propia historia para narrar la identidad travesti, con todos los claroscuros que la que la acompañan y por otra parte la usa para contar la historia de una familia. 

Camila Sosa Villada

Apenas va comenzando el texto cuando algo turbia el ambiente de la protagonista y de sus compañeras, entre ellas La Tía Encarna, quien ha actuado como una madre para todas, la que más cicatrices tiene, la mujer de ciento sesenta y ocho años que se mueve con dificultad pero que nunca titubea para defender, para proteger, para hacer entrar en razón, para ser refugio, Camila describe con habilidad a una mujer cuya historia está llena de dolor pero que mantiene una esperanza terca, que contrasta con el mundo en el que vive, y es precisamente esa esperanza la que la lleva ser algo así como una buscadora de personas perdidas a quienes recoge y cuida como si la vida misma se tratara solo de eso:

Pero La Tía Encarna persigue algo así como un sonido o un perfume. Nunca es posible saberlo cuando se la ve ir detrás de algo. Paulatinamente, eso que la ha convocado se revela: es el llanto de un bebé. La Tía Encarna tantea en el aire con los zapatos en la mano, enterrándose en la inclemencia del terreno para verlo con sus propios ojos. Mucha hambre y mucha sed. Eso se siente en el clamor del bebé y es la causa de la tribulación de La Tía Encarna, que se adentra en el bosque con desesperación porque sabe que en algún lugar hay un niño que sufre. Y en el Parque es invierno y la helada es tan fuerte que congela las lágrimas.

A partir de ese momento, el entorno de toda la novela cambiará, por supuesto que sus vidas continúan y los recuerdos de las atrocidades vividas en el pasado vendrán a querer opacar la luminosidad que en ocasiones les brinda el presente, sin embargo se mantienen enfiladas con la cara en alto para enfrentar lo que sea que se avecine. Muestran entonces un refugio, su lugar seguro donde sólo ellas tienen lugar, dónde las humillaciones y los desplantes y el desprecio no tienen espacio, donde hacen comunidad y dónde, por increíble que pueda parecerle al mundo afuera, forman un hogar. Las malas es sin duda alguna un texto que mueve todas las entrañas, que invita a ver en una intimidad velada, que muestra una pequeña sociedad que no tiene miedo de ser quien es.

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