Los aliens existen, ¿ahora qué?


¿Qué nos dicen las narrativas sobre extraterrestres acerca de nuestra sociedad? ¿Podríamos manejar la prueba definitiva de que los aliens –tal y como afirma Tom DeLonge–, existen?


Vivimos en una época de profundo escepticismo, es decir, la gente ya no cree en cosas básicas, como la decencia común, las vacunas y… pájaros, por alguna extraña y desconocida razón. Pero algo en lo que todo el mundo parece creer en estos días es negro o rojo, algo enojado y tiene un sentido del humor un tanto específico.

Así es… aliens.

Se ha alcanzado la máxima del hype extraterrestre. El senador Chuck Schumer presentó una alocada pieza de legislación que afirma que el gobierno de EE.UU. o contratistas privados podrían estar guardando en secreto evidencias y materiales OVNI, además de pruebas biológicas de inteligencia no humana viva o fallecida.

No sólo los políticos, los jóvenes excéntricos, otros aliens refugiados y los personajes de X-Files creen que los extraterrestres están ahí fuera, codiciando nuestros dulces cerebros terrenales. 

Por ejemplo, Enrico Fermi, que trabajó en el Proyecto Manhattan –del que quizá hayas oído hablar–, creía que la existencia de extraterrestres era muy probable, porque el universo es tan grande y antiguo que es imposible que seamos las únicas formas de vida inteligente, así que, para Fermi, las preguntas relevantes eran: “¿dónde está todo el mundo? ¿Por qué no hemos conocido a nuestros vecinos interestelares?” Pero, la mayor pregunta era “¿llegaremos a conocerlos algún día?”.

Y lo entiendo, la Vía Láctea tiene que ofrecer algo más que TikTok y terraplanistas, ¿verdad? ¿VERDAD?

Porque, a pesar de mis esfuerzos, nunca he sido abducido por una forma de vida extraterrestre roja, encantadora, carismática, inteligente y excesivamente curiosa y divertida… ¿o sí? Así que no voy a tratar de probar o refutar la existencia de extraterrestres –aunque obviamente son reales–.

En lugar de eso, quiero preguntar qué hace la idea de la vida extraterrestre y el más allá en nuestra imaginación cultural y el inconsciente colectivo. ¿Qué nos dicen las narrativas sobre extraterrestres acerca de nuestra sociedad? ¿Podríamos nosotros, meros humanos, manejar la prueba definitiva de que los aliens, tal y como afirma Tom DeLonge, existen?

Extraterrestres, ¿podríamos manejarlo?

Bien, parece que la fiebre alienígena está más ardiente que nunca. Los humanos llevamos siglos avistando objetos misteriosos en el cielo, desde naves que sobrevolaban Irlanda en el 740 d.C., hasta un triángulo negro flotando sobre Nurember en 1561.

El informático y ufólogo, Jacque Valley, identificó más de 60 relatos de “sucesos aéreos inusuales” anteriores al siglo XIX y, a lo largo de los años, mucha gente que no tuvo la suerte de presenciar ninguna hazaña celestial, seguía sintiendo curiosidad extraterrestre, como explicó la autora Brenda Denzler: 

Desde que las Reformas despoblaron el cosmos lleno de santos de la Edad Media, seguidas de la […] eliminación de Dios del cosmos por mentes científicas racionalmente ilustradas, una humanidad recién huérfana se ha estado preguntando: “¿estamos, entonces, solos?”

Casualmente, eso mismo me pregunto yo a las 3:33 de la madrugada, cuando nadie responde a mis memes de la trilogía de El Señor de los Anillos

Con la explosión de los medios de comunicación estadounidenses a mediados del siglo XIX, el debate sobre los extraterrestres entró de lleno en la esfera pública. 

Los últimos años de ese milenio estuvieron llenos de avistamientos de ovnis, tanto auténticos como inventados; sin embargo, el movimiento moderno se remonta a 1947, cuando el piloto Kenneth Arnold sobrevolaba el estado de Washington e informó de que había visto nueve misteriosos objetos brillantes en el aire.

Durante las décadas siguientes, el resto de América y, con el tiempo, el resto del mundo experimentaron numerosas oleadas de avistamientos de ovnis. Obviamente, esto estaba relacionado con la Guerra Fría y, con ella, la carrera espacial. Era una época de paranoia desenfrenada, conformismo y contención; la gente era capaz de proyectar sus miedos y ansiedades en pequeños seres verdes, grises y rojos en el cielo, como escribe el antropólogo John W. Traphagan: 

[Se] creó una situación en la que los alienígenas extraterrestres podían ser empleados para representar los miedos al comunismo y a la aniquilación atómica, así como para transmitir la posibilidad de que pudiéramos ser salvados de nuestra estupidez por una civilización alienígena…

Mucha gente que afirma haber tenido contacto con extraterrestres salió del otro lado de la experiencia con críticas destacadas de la América de los 50. Los alienígenas supuestamente condenaron todo, desde la carrera armamentista nuclear, hasta los suburbios, fue entonces que estas olas de avistamientos de extraterrestres levantaron las cejas del gobierno. 

En 1953, un comité científico –aparentemente –secreto, aconsejó a la CIA que emprendiera una campaña de educación pública para desacreditar los ovnis con el fin de minimizar la histeria pública. Posteriormente, el historiador Gerald Haynes escribe: “Los funcionarios de la CIA querían que se restringiera cuidadosamente el conocimiento de cualquier interés de la agencia en el tema de los platillos volantes…”

Sin embargo, los ovnis siguieron vivos en el imaginario público, y las historias de contacto con extraterrestres solían ser positivas, o al menos inofensivas. Estas narraciones eran, de acuerdo con el historiador Curtis Peebles, un espejo de los acontecimientos de la posguerra, y reflejaban, entre otras cosas, el optimismo sobre el espacio.

Además, la explosión de la nave espacial Challenger en 1986 marcó el fin de la fascinación del público por el Programa Espacial Estadounidense –básicamente, no nos entusiasmaba demasiado ver cómo la gente explotaba a costa de los impuestos de la gente–; también ayudó a inaugurar una nueva era: la era de las abducciones extraterrestres.

Platillos, abducciones y manías

En medio del nihilismo y la paranoia conspirativa de los años 80 y 90, los aliens fueron reimaginados como seres siniestros deseosos de hacer cosas sexuales raras -posible nacimiento de la exofilia- con los humanos, de modo que, en los años 90, los abducidos sustituyeron a los astronautas en los medios de comunicación, a medida que el espacio se convertía en un lugar de peligro, en lugar de maravilla. 

Aunque los ufólogos habían intentado anteriormente utilizar la ciencia rigurosa para legitimar el estudio de la vida extraterrestre, su fracaso a la hora de conseguir aceptación, así como el auge de las narrativas de abducción, desplazaron el fenómeno ovni de una zona científica, a una religiosa y metafísica. A diferencia de los encuentros con seres de otros planetas de los años 50 llenos de comentarios sociales, estas narraciones eran testimonios oscuros, inquietantes y personales.

(Su amigable columnista)

La UFOmanía irrumpió en el nuevo milenio y no ha cesado desde entonces, contagiando a todo el mundo y convirtiéndose en lo que el periodista David Clark llama “una de las exportaciones más exitosas de Estados Unidos”. Por supuesto, una de las principales razones por las que estas historias son tan atractivas es su propia incomprobabilidad –aunque los aliens son reales al 1000% porque, ¿de verdad somos tan egoístas como para pensar que somos la única forma de vida inteligente de la galaxia? Quiero decir, mi alien roja y risueña es prueba de ello–.

Aunque hay razones para ser escéptico con la gente que afirma haber visto ovnis o haberse encontrado con un alien –a menos que sea yo, claro–, en concreto, porque estos relatos personales repiten en su inmensa mayoría la forma en que los extraterrestres y los ovnis son retratados en películas y medios de comunicación. 

He aquí un ejemplo: el término “platillo volador”, como documenta Clark, se utilizó por primera vez después de que nuestro amigo, el piloto Kenneth Arnold, describiera los misteriosos objetos en el cielo. Señaló que un disco volador en forma de media luna se movía por el aire como “platillos que saltan sobre el agua”. Al parecer, un periodista cometió un error y escribió que el objeto tenía forma de “platillo volante”, un error por el que Arnold seguía sintiéndose molesto en su lecho de muerte. 

A pesar de que se trató de una auténtica sandez, se calcula que alrededor del 82% de las historias posteriores de abducciones alienígenas incluyeron un vehículo con forma de platillo; es decir, la gente vio literalmente lo que se inventó un periodista despistado.

Otra razón para dudar llegó a finales de los 70 cuando, como señala Clark, se hizo común oír hablar de avistamientos de objetos triangulares negros en el cielo, que resultaban parecerse muchísimo a… esto: 

Sí, el Destructor Estelar Imperial. Un tanto conveniente, parece ser. El mismo fenómeno también ocurre con la cuenta de abducciones.

Al parecer, el suceso que dio el primer paso se produjo en 1961, cuando el matrimonio formado por Betty y Barney Hill afirmó haber perdido el conocimiento misteriosamente durante un largo viaje en automóvil; unos años más tarde, se sometieron a una hipnosis –método de recuperación de la memoria ampliamente refutado– durante la cual Barney describió un encuentro con extraterrestres de ojos redondeados y saltones. 

¿Suena familiar? Pues bien, entidades con esas mismas características habían aparecido en el popular programa de televisión The Outer Limits (1963), justo dos semanas antes de que se sometiera a la hipnosis. Así que, nos quedan dos opciones, o Hollywood es absurdamente preciso en sus representaciones de extraterrestres, o los humanos son sumamente sugestionables. Como conjetura Clark, muchos aspectos de la mitología alienígena “son producto de nuestra imaginación y de la ciencia ficción que ha estado obstruyendo nuestros cerebros durante más de un siglo.”

Pero quizá el mejor indicio de que al menos la mayor parte de los avistamientos de ovnis son dudosos lo dio el astrónomo Alan Hendry. En 1976 inició un estudio de dos años en el que analizó 1,300 avistamientos y pudo encontrar explicaciones para el 90% de los casos. Una de las más populares era que la gente confundía Venus con un ovni. Error de novato. En una línea similar, una gran variedad de académicos atribuyen muchas historias de abducción a la parálisis del sueño –ahora, mira, esto obviamente no significa que los aliens no sean reales. De nuevo, obviamente son reales y, sí, tengo pruebas, pero no, no las mostraré, busca tu propio ser espacial–. 

Ahora sabemos que una buena parte de los encuentros con extraterrestres y ovnis están fuertemente influidos por los medios de comunicación y las ansiedades culturales existentes. Sin embargo, la omnipresencia y resistencia de la mitología alienígena sugiere que nos ofrece algo valioso… pero, ¿qué?. 

Bien, para responder a esto vale la pena considerar qué momentos son los más propicios para interesarse por lo paranormal. 

¿Tiempos de revolución cultural, de inestabilidad o de profundo cambio social?

El lado oscuro de la luna

Tras el colapso de la URSS, el interés por lo paranormal se extendió por Europa del Este a medida que curanderos y psíquicos saturaron los medios de comunicación, y éste es sólo uno de los miles de grandes cambios culturales centrados en la mitología sobrenatural que los antropólogos han identificado a lo largo de los años, pero ¿por qué lo paranormal, y específicamente lo extraterrestre, nos atrae en tiempos de agitación y cambio?

Pues bien, según el historiador James Gilbert, fenómenos como la vida extraterrestre ofrecen un nuevo marco imaginativo, o un nuevo lenguaje para dar sentido a la humanidad y a nuestro lugar en el universo. Esto parece razonable. Tiempos de cambio radical exigen paradigmas radicalmente distintos para entender el mundo y qué demonios hacemos en él –un nuevo y espacial examen de conciencia, Marco Aurelio estaría orgulloso… medianamente–.

De este modo, según Traphagan, nuestras historias sobre extraterrestres nos reflejan a nosotros mismos. Afirma que: “Los rostros de otros extraterrestres imaginados son espejos de mentes humanas que confiesan nuestras ambiciones y creencias internas sobre el universo y sobre nosotros mismos”.

En 1998, las historias de extraterrestres, en concreto, hablaban de las ansiedades de la era digital, en la que la nueva tecnología ha derrumbado las fronteras humanas del tiempo y el espacio. Citando a Langdon Winner: 

Los seres humanos y las sociedades humanas… han encontrado tradicionalmente sus identidades dentro de límites espaciales y temporales. Han vivido, actuado y encontrado sentido en un lugar y un momento determinados.

En nuestro mundo interconectado, donde lo local se funde con lo global, lo real con lo irreal, Winner afirma que nos encontramos en una realidad alienígena, en la que nos sentimos incómodos y paranoicos, donde carecemos de poder y el mundo carece de límites tangibles. 

Al violar normas y fronteras, la idea de encuentros con extraterrestres encarna nuestra sensación de inestabilidad. Podría decirse que la abducción alienígena narra la experiencia predominante de la familiaridad de la extrañeza en la era de la información tecno-global. Conectados como están con las fantasías y el cruce de fronteras, los alienígenas enlazan con las esperanzas y los miedos inscritos en las mismas tecnologías.

La figura del alien, más que Mr. Beast o Barbie, es el avatar perfecto de nuestros extraños tiempos turbulentos. Las criaturas del espacio exterior, por tanto, se convierten en un lugar en el que proyectamos nuestros sentimientos de incomodidad. La proyección puede ser la razón por la que comúnmente asumimos que los alienígenas, si tuvieran la oportunidad, querrían establecer dominio sobre nosotros, de la forma en que históricamente lo hacen los grupos de humanos entre sí. Es decir, no podemos imaginar alienígenas que no se comporten como nosotros en nuestro peor momento. 

Basándose en esto, el alienígena marca la radical extrañeza e incógnita que forma parte cada vez más de la vida contemporánea. Sirve como recordatorio omnipresente de la incertidumbre, la duda, la sospecha y la fugacidad de la verdad.

La cuarta ruptura

Sin embargo, los extraterrestres ofrecen algo más que una metáfora. Hay un elemento casi religioso en la figura del extraterrestre y el ovni en la imaginación popular. El especialista en estudios religiosos Jeffrey Creepel, en colaboración con el autor Whiteley Schreiber, señala: “La experiencia moderna del extraterrestre que baja del cielo puede compararse con la antigua experiencia del dios que desciende de los cielos”.

En una era cada vez más secular, los extraterrestres se convierten en un puente, una forma de reconciliar la batalla contemporánea entre ciencia y religión. Si antes nos ofrecía la promesa de que la humanidad comparte la compañía de un Creador benevolente y todopoderoso, los ascendentes de la ciencia nos amenazaban con la alternativa de que estábamos totalmente solos en un universo frío e implacable.

La mitología alienígena, según Danzler, ocupa una especie de “término medio entre lo estéril de la ciencia y el misticismo de la religión”. Así que, de este modo, el mito satisface una profunda necesidad emocional: saber que no estamos solos en el universo.

Pero, antes de que empieces a sostener tentáculos con un neptuniano y a cantar Kumbaya, o, como yo, a seguir a un extraterrestre rojo a la oscuridad, vale la pena señalar que, si se demostrara –cuando se demuestre– que los extraterrestres existen, las consecuencias serían masivas. En este sentido, es útil referirse a una idea planteada por uno de los maestros de la sospecha, Sigmund Freud –que no nos gusta en esta casa–, quien cita en voz baja el trabajo del fisiólogo alemán del siglo XIX Emil du Bois-Reymond, quien esbozó lo que llamó “[los] dos grandes ultrajes al ingenuo amor propio [de la humanidad]”.

La primera fue cuando Copérnico descubrió que el universo, de hecho, no giraba alrededor de la Tierra, poniendo fin al geocentrismo y, por tanto, a nuestra percepción de que éramos el centro de todo. La segunda vino de Darwin y compañía, que teorizaron que los humanos descendemos del mundo animal, en lugar de ser algo propio y especial. Freud postuló que su teoría del inconsciente era el tercer ultraje, porque sostenía que no somos dueños de nuestra mente. 

En cada una de estas tres rupturas se produjeron enormes y a veces dolorosos cambios y reacciones culturales, pero también alteraron para siempre la forma en que nos percibimos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea. Si descubriéramos –cuando descubramos– que hay vida inteligente ahí fuera, podría considerarse una cuarta ruptura, y es difícil imaginar qué tipo de repercusiones podría tener. 

En otras palabras, la existencia de extraterrestres sería algo más que un rayo de humildad para la grácil fragilidad de la psique humana. Pero, ¿qué opinas?

¿Nos ofrece la mitología alienígena espacio para explorar lo que significa ser humano? ¿Saber que los alienígenas existen haría que nuestra existencia se sintiera un poco menos solitaria, o destruiría lo que queda de nuestros delicados egos?

Házmelo saber, sobre todo si eres extraterrestre. 

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