Mehran Tamadon filma torturas en Irán para “estremecer” a los torturadores


Where God Is Not fue seleccionada para la Berlinale, en un momento en que “se tortura a la gente en las cárceles iraníes”, lamenta el cineasta.


Uno hace mímica de las fracturas que sufrió en prisión, otro se derrumba al contar su rendición, un tercero recupera los automatismos de su minúscula celda de aislamiento. El director Mehran Tamadon hace revivir las torturas a ex presos iraníes para, espera, “estremecer” a sus verdugos. Varias escenas de Where God Is Not, que aún no se ha estrenado en cines pero ha sido seleccionada para la Berlinale de 2023, revuelven el estómago. El sufrimiento físico sólo se sugiere visualmente. Pero los resortes psicológicos de la tortura diseccionados por tres víctimas rozan lo indecible.

Sus tormentos son en gran medida anteriores al último movimiento de protesta, que comenzó a mediados de septiembre y durante el cual las fuerzas de seguridad iraníes mataron al menos a 537 personas, según la ONG Iran Human Rights, y encarcelaron a miles más. Pero “todo lo que filmo habla de hoy” porque “en este momento, hay gente torturada en las cárceles de Irán”, observa Mehran Tamadon, nacido en Teherán en 1972 de padres comunistas, cuyo padre fue encarcelado bajo el Sha de Irán y cuya madre huyó a Francia en 1984 con sus hijos.

Han pasado 43 años” desde la revolución de 1979 que derrocó al Shah que este “sistema totalitario” ha perdurado y “no pide perdón”, afirma el arquitecto, que se convirtió en director de cine mientras vivía en Irán en la década de 2000.

Tras su documental Bassidji, en el que interactuaba con miembros de esta temida milicia paramilitar, el concepto de su película Iraní, que le mostraba conversando con cuatro mulás, disgustó tanto a las autoridades que le retiraron los pasaportes iraní y francés durante un tiempo. Luego regresó a finales de 2012.

Después abandonó definitivamente la República Islámica de Irán, cuya violencia está, según él, “interiorizada” por todos, una brutalidad que funciona “como la ruleta rusa” y “puede caer”, de forma “aleatoria”, sobre cualquiera. Testigo de ello es Mazyar, de 50 años, antiguo director de empresa acusado de asesinato, que hace una cama de tortura similar a la que le ataron, donde le rompieron los huesos del pie con un cable metálico. Luego cuenta cómo, incapaz de andar, le obligaron a confesar ante las cámaras delitos que no había cometido.

Homa relata las cárceles superpobladas de los años ochenta, las palizas, los insultos. Rompe a llorar cuando recuerda el día en que, “demasiado débil”, “impotente”, se vio “quebrada” por la propaganda religiosa y empezó a rezar, dando la espalda al marxismo que decía ser.

Taghi Rahmani, encarcelado durante quince años por su actividad política, revive el aislamiento, filmado en un minúsculo sótano parisino. “Pasé seis meses así. Uno, dos, tres pasos”, recuerda el sexagenario, caminando de pared en pared. “Mehran se arriesga al revivir el trauma (a las víctimas), pero entiendes lo que se siente al ser torturado. No cruza las fronteras cuando sería obsceno”, observa Cristina Nord, ejecutiva de la Berlinale.

Dudas sobre el proceso

Además de Where God Is Not, Mehran Tamadon ha estrenado una segunda película, Pro Mon pire ennemi (Mi peor enemigo), en la que él mismo se convierte en víctima de tortura mental. Su verdugo: la actriz Zar Amir Ebrahimi, que huyó de Irán en 2008 tras meses de interrogatorios y humillaciones.

“Disfruté destruyéndote con las palabras que te dije”, confiesa la ganadora del premio a la mejor actriz en el último Festival de Cannes hacia el final de la película, sin que el espectador entienda si sigue un guión o se confía a sí misma. El director reivindica este efecto de abismo que, según él, pretende “estremecer” a los ejecutores. “Muchas de las preguntas que hago a mis personajes sobre la conciencia del verdugo van dirigidas directamente a ellos. (…) Quizá todo esto siembre una semilla que surta efecto más adelante”, espera.

Una visión ingenua, según Catherine Bizern, directora artística del Cinéma du réel, festival parisino de documentales, que le premió en 2014 por su película Iranien. Pero alabó sus películas “complejas”, que van “más allá de la emoción” y en las que el cineasta “se pone en peligro”. Taghi Rahmani tampoco cree en la virtud redentora de las dos películas.

Activista político refugiado en Francia desde hace más de diez años, piensa más bien en su esposa, Narges Mohammadi, icono de los derechos humanos. Detenida en Irán, es una de las figuras de la protesta actual.

“Como mi mujer es conocida, no la torturan físicamente”, declaró. “Pero está en régimen de aislamiento…” Antes de continuar: “Cada vez que ella sufre, yo también sufro”.

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