Mujeres que queman

Las compañeras quemaron algunos de los carteles de consigna mientras las llamas se ahogaban con gritos entusiasmados de mujeres que compartían su dolor y que veían quemándose ahí también parte de su historia. 

El 8M de este año sin duda fue peculiar, desde sus preparativos con redes sociales que ardían en críticas a este o aquel colectivo, hasta su ejecución con una ciudad de México que de nuevo acapara las cámaras por las conmovedoras imágenes de mujeres policías recibiendo flores o uniéndose a la marcha (bastante cuestionable para mi gusto), pasando sin hacer menos lo sucedido en Tlaxcala, con el uso de la fuerza para dispersar las marchas a pesar de los discursos del gobierno que prometían libertad y respeto a los movimientos. 

En lo personal, este año fue un año emotivo, es la primera vez desde que inicié en este proceso de lucha por los derechos femeninos que asisto a una marcha en mi ciudad natal. Para no extenderme con los detalles, finalizando la marcha, las compañeras quemaron algunos de los carteles de consigna mientras las llamas se ahogaban con gritos entusiasmados de mujeres que compartían su dolor y que veían quemándose ahí también parte de su historia. 

Ese momento me evocó inmediatamente el cuento de Las Cosas que Perdimos en el Fuego, de Mariana Enríquez y es precisamente de ese cuento del que quiero hablarles.

La llama literaria

Para comenzar, Mariana Enríquez es originaria de Argentina y tiene una notable carrera como periodista y escritora, sin duda alguna forma parte de una nueva generación de escritoras que no temen incomodar a su lector y que apuestan por temas que conmueven y sensibilizan, sin caer en conmiseración o cursilería. En Las Cosas que Perdimos en el Fuego, título de la antología de cuentos publicada en 2016, Enríquez nos lleva por diversos páramos que pasan por ciudades decadentes a campos desiertos donde las mujeres se organizan, en casi todos los cuentos de esta antología, los personajes principales son mujeres con diferentes personalidades, pero todas con esta perspectiva femenina que tanto hace falta en la literatura de ficción.

El último cuento de la antología lleva el mismo nombre que el libro y comienza con una descripción brutal de una mujer quemada que pide dinero en el metro de la ciudad, a partir de esta imagen tan desagradable como incómoda se nos describe cómo la mujer fue quemada en su casa por su marido al enterarse que quería dejarlo. Hasta ese punto, el cuento nos muestra una realidad que no es desconocida para ninguna mexicana, cada día nos enteramos de una mujer asesinada, desaparecida o herida por su pareja y uno de los principales motivos parece ser siempre la necesidad de poseer, de mostrar a las mujeres que la libertad nos la otorgan los hombres y que quién quiera desafiar esa autoridad deberá pagar muy caro su osadía, a veces incluso con su vida.

Portada “Las Cosas que Perdimos en el Fuego”

El cuento continúa mostrándonos que la violencia de género se filtra en todos los círculos sociales cuando es le toca el turno de morir quemada a una modelo en manos de su famoso prometido futbolista. A partir de ese punto, Silvina, quien es el personaje principal de la narración, nos cuenta que el tema de las mujeres que quemadas por sus parejas comienza a ser cotidiano, al grado incluso de dejar de sorprender a la sociedad, cosa que sin duda sucede en la realidad donde nos asedian las noticias diarias. 

Pronto, el cuento da un giro inesperado cuando las que deciden quemarse son las mismas mujeres, quienes organizadas crean una especie de colectivo llamado Mujeres Ardientes en el que llevan a cabo hogueras donde mujeres se queman por voluntad propia. Al comienzo, por supuesto, esta realidad resulta tan incómoda que los medios y especialistas no la conciben y consideran que es mera sugestión, que encubre a los hombres, de esta manera, Enríquez nos muestra otra realidad innegable, la sociedad no cree en las mujeres, ni cuando acusan a su agresor, ni cuando ellas mismas se mutilan. Esta imagen, de mujeres organizadas dispuestas a morir en el fuego de una hoguera con el fin de evitar morir en manos de un hombre, me recuerda a la lucha que las mujeres llevamos años sosteniendo, en la que nos unimos y sin dudar nos enfrentamos a sufrir quemaduras graves infringidas por una sociedad que no soporta una verdad absoluta: todas las mujeres hemos sido violentadas.

La quema simbólica 

Enríquez no tiene reservas en contarnos mediante la “boca de reptil” de la chica quemada del metro las ventajas que tenían las hogueras y las Mujeres Ardientes: 

“Por lo menos ya no hay trata de mujeres, porque nadie quiere a un monstruo quemado y tampoco quieren a estas locas argentinas que un día van y se prenden fuego – y capaz que le pegan fuego al cliente también.” (p.180, 2016).

 Este discurso parece ser una condena, más tarde, Silvina nos contará que las mujeres sobrevivientes de las hogueras ya se pasean por la ciudad luciendo sus cicatrices, en lo personal, una imagen fuerte que muestra a donde estamos dispuestas a llegar para conseguir libertad. 

Mariana Enríquez ha dicho en entrevistas que considera este texto un cuento de ciencia ficción y coincido, sin duda alguna nos muestra situaciones que nos son familiares, actitudes que todas conocemos y hemos incluso, vivido, escenarios reales y lugares que existen, también nos muestra posturas a las que las mujeres no hemos llegado – y espero no nos veamos obligadas a llegar –. Pues aunque parece irreal que lleguemos a concluir que quemarnos vivas es la solución para evitar sufrir los estragos de esta sociedad machista que parece no querer cambiar, sí hemos decidido organizarnos, más allá de las posturas que cada una ha elegido para sobrevivir en este mundo.

Casi todas las mujeres hemos desarrollado métodos de contención con otras mujeres que van desde crear vínculos para cuidarnos, hacer grupos de WhatsApp con las amigas para cerciorarnos que todas llegamos bien, criar en colectivo a las infancias o unirnos como este 8M para reclamar justicia, seguridad, un alto al fuego, una tregua en esta guerra que parece no tener fin. Cada una desde su trinchera, desde el hogar, desde la enseñanza, desde las redes, desde la reflexión solitaria, desde la colectividad. 

Si bien, por supuesto, aún falta mucho por recorrer, cada año queda claro que las mujeres sabemos organizarnos, creemos que existen nuevas formas de relacionarnos que no impliquen mutilarnos para acomodarnos en estándares que no nos definen.


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