Netflix nos da el contenido que merecemos


“Malos guiones, deplorables actuaciones, un uso excesivo de tomas en cámara lenta y montajes rítmicos, premisas tontísimas, y reboots que descuartizan el material original parecen ser las características de una serie original de Netflix”.


El primero de febrero de 2013, House of Cards estrenó su primera temporada en Netflix. Inmediatamente las reseñas empezaron a salir, todas positivas. Personas en todo el mundo veían la temporada entera en maratones de más de doce horas. El drama político protagonizado por Kevin Spacey llenaba de FOMO a quienes no tenían una suscripción al servicio de streaming que, en ese entonces, apenas tenía 33 millones de suscriptores. No había otra alternativa, tenías que contratar Netflix.

Desde entonces el mundo del entretenimiento no ha sido el mismo, desde la forma en que consumimos, hasta la manera en la que se producen las series y películas que vemos. Para bien o para mal, Ted Sarandos (actual co-CEO de la plataforma) cambió al mundo con su visión de un servicio donde no tienes que esperar una semana entera para ver un capítulo nuevo porque todos salen el mismo día del estreno. Donde no importan los ratings de las series, sino que tan afín es cada individuo a consumir algo con base en los datos que recopilan de nosotros para ser analizados por algoritmos. Donde las series que mandan a producir no necesitan un piloto porque ya tienen las estadísticas que indican que nichos específicos son más afines a ver ese contenido.

Estas formas de hacer televisión ahora las vemos replicadas en todo Hollywood, convirtiéndose cada vez más en una industria data-driven. A Netflix esto le dio una ventaja enorme sobre sus competidores durante la primera mitad de la década pasada, llenando su catálogo de contenido original del que todo el mundo hablaba. A House of Cards le siguieron series como Orange is the New Black, o BoJack Horseman, que fueron igualmente apreciadas por la crítica. Pareciese que una N en la portada era sinónimo de originalidad y calidad.

El cliente lo que pida

Cada año que pasa Netflix sigue aumentando su número de suscriptores, y con esto, su presupuesto para series originales. Ted Sarandos continua ordenando series y películas sin parar bajo su excusa de que su algoritmo sabe lo que su público quiere. Cada vez hay más cantidad y variedad, desde animes hasta documentales, pero es obvio que la calidad ya no es la misma. 

Pasaron de crear contenido disruptivo y original, a replicar formatos de series de televisión más tradicionales, incluso tirándole a una calidad que verías en una telenovela de Televisa. Malos guiones, deplorables actuaciones, un uso excesivo de tomas en cámara lenta y montajes rítmicos, premisas tontísimas, y reboots que descuartizan el material original parecen ser las características de una serie original de Netflix.

Pero no todo su contenido es malo, a veces sacan series buenas que terminan cancelando después de la primera temporada. O mejor aún, cuando una serie buena no sufré el cruel destino de la cancelación, hacen todo lo posible para que las siguientes temporadas solo vayan empeorando gracias a una forzada explotación de una historia que no da para tanto contenido.

A pesar de esta producción desmedida de contenido desechable, sus números no han parado de crecer. Tal parece ser que hay un gran público para el contenido de dudosa calidad. Solo basta con ver el caso de Yo Soy Betty la Fea, una telenovela colombiana que salió en 1999, que antes de su retirada de la plataforma en julio del año pasado estuvo 54 semanas en el Top 10. No quiero decir que la historia de Betty es terrible, ni voy a negar su gran impacto cultural, pero al final es solo otra telenovela, ni siquiera es contenido original. El público no se cansa de ver exactamente el mismo drama con el que frieron sus cerebros durante las últimas dos décadas y muchas veces lo prefiere a lo que sea que saque Netflix esa semana.

Recuento de daños

Diez años después, Netflix ya no está solo en el mundo de las plataformas de streaming, HBO MAX, Disney+, y Amazon Prime, están compitiendo junto con muchas más para hacerle competencia al pionero. A pesar de que sus rivales muchas veces ofrecen mejor contenido, la Gran N cerró el 2022 con 230.75 millones de suscriptores en todo el mundo, a pesar de un año desafiante que se pudo ver en la caída de su precio en la bolsa. 

Lo más rescatable de sus producciones originales se reduce a un par de series al año, y algunas películas que han hecho para competir por el Óscar (Roma, The Irishman). Y eso ha bastado para que siga dominando el espacio del streaming y poniendo tendencias en el formato como la suscripción más barata que incluye anuncios. ¿Qué no el punto era liberarnos de esto?

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