Juan O’Gorman es uno de los artistas más importantes del siglo XX en México, aportando contribuciones en arquitectura y pintura. Sucesor de muralistas y primer funcionalista.
Desde su brillante y rebelde juventud hasta su lamentable suicidio en tres actos, el legado de Juan O’Gorman incluye obras arquitectónicas y pictóricas que engloban su enorme capacidad para la expresión artística. Nacido en la Ciudad de México el 6 de julio de 1905, hijo del irlandés Cecil Crawford O’Gorman y de Encarnación O’Gorman, siendo su padre quien le introdujo al mundo del arte. La enorme capacidad del joven comenzó a manifestarse desde muy temprana edad en la Escuela Nacional de Arquitectura de la Universidad Autónoma de México, durante sus años de estudio (1921 a 1926), lo cual complementó con ingeniería mientras continuaba su desarrollo plástico al explorar las posibilidades de la pintura en sus ratos libres.
Juan O’Gorman sabía de la evolución arquitectónica en América Latina, y, como era de esperarse, se adjudicó la tarea de llevar la visión funcionalista que retomó de la visión de Le Corbusier, cuyo trabajo influyó profundamente al joven arquitecto. El proyectó se concretó en 1929 con la edificación de una casa para sus padres –que nunca habitaron– en el número 81 de la calle Palmas, en San Ángel. Gracias a ese primer simulacro, la capacidad de O’Gorman llegó a los oídos de Diego Rivera, a quien había conocido brevemente durante sus años como estudiante; eventualmente le encomendó una casa, culminando con la casa-estudio Diego Rivera y Frida Kahlo realizada entre 1931-1932.
Ese mismo año se convirtió en jefe del Departamento de Construcción de Edificios de la Ciudad de México y profesor de arquitectura en el Instituto Politécnico Nacional, ayudando a construir la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura. A partir de ese momento, fundó un grupo de estudio para la vivienda de los trabajadores, además de ser responsable de la construcción de veintiséis escuelas primarias hasta 1934, manteniendo siempre en mente los postulados funcionalistas con los que inició.
Una vez terminado el proyecto para la apenas emergente Secretaría de Educación Pública (SEP), O’Gorman regresó a una de sus pasiones: la pintura. Con el paso de los años, la plástica llegó a ocupar un lugar importante dentro de las diversas ocupaciones del arquitecto al punto de llegar a producir un considerable número de obras con una evidente influencia del movimiento muralista, particularmente de Diego Rivera; por lo tanto, las escenas representadas abordan temáticas sociales y nacionalistas. Sin embargo, su obra se destaca sobre el muralismo gracias a la combinación de elementos realistas y fantásticos. Elementos de paisajes utópicos y distópicos en una constante búsqueda armónica. Sus principales obras incluyeron murales en el aeropuerto de la Ciudad de México (1937-1938), que fueron retirados en 1939 por su carácter anticlerical y antifascista.
Comenzando la década de los 50, regresó a la arquitectura para adoptar un nuevo enfoque, más orgánico, en su proyecto más grande: La Biblioteca Central en Ciudad Universitaria. La edificación está cubierta por un mural hecho de piedras naturales de colores con una dimensión total de cuatro mil metros cuadrados y se encuentra dividido en cuatro núcleos temáticos. El muro norte retoma el pasado prehispánico, utilizando diversos motivos iconográficos, como la representación de Tláloc, calendarios y animales; el muro sur salta hacia el pasado colonial, el cual se encuentra dividido, dando espacio al encuentro y choque cultural entre españoles e indígenas, sus distintas cosmovisiones; el muro oriente llega al mundo contemporáneo con la inclusión del átomo al centro, presentando a la ciencia como elemento base para el mundo y sus habitantes; finalmente, el muro poniente se inserta la universidad y el México actual, mostrando un libro y un pergamino, los cuales apelan a la biblioteca y a la hemeroteca, respectivamente. En palabras del mismo Juan O’Gorman:
Desde el principio, tuve la idea de hacer mosaicos de piedras de colores en los muros ciegos de los acervos, con la técnica que ya tenía bien experimentada. Con estos mosaicos la biblioteca sería diferente al resto de los edificios de la Ciudad Universitaria, y con esto se le dio carácter mexicano.
La propia casa de O’Gorman (Casa Cueva) en las afueras de la Ciudad de México (1953–56, demolida en 1969) fue considerada su obra más extraordinaria, ya que logró separarse del funcionalismo para acercarse a una identidad orgánica y emocional basada en las ideas de Frank Lloyd Wright y Mathias Goeritz, respectivamente. Era en parte una cueva natural y fue diseñada para armonizar con las formaciones de lava del paisaje. Decorado con símbolos de mosaico e imágenes de la mitología azteca, marcó su eventual rechazo del funcionalismo a favor de un enfoque que unía diseños estructurales modernos con motivos decorativos indígenas mexicanos.
El arquitecto y pintor regresó con Diego Rivera para una última colaboración con el proyecto El Anahuacalli (casa de Anahuac), nacido de la idea del muralista para preservar la producción ancestral de la República. O’Gorman realizó el diseño entre 1944-45, pero se construyó años después, concluyendo la edificación en 1967, después de la muerte de Rivera. Otras obras notables incluyen los mosaicos para la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas (1952) y el Hotel Posada de la Misión en Taxco (1955–56). También continuó pintando, y en las décadas de 1960 y 1970 realizó una serie de murales en el Museo Nacional de Historia en el Castillo de Chapultepec.
En 1972 recibió el Premio Nacional de Artes por su aportación al arte, la pintura y la arquitectura, destacando su vida y todos sus logros. Diez años después, debido a una depresión derivada de problemas personales, Juan O’Gorman decidió quitarse la vida, dejando un hueco en el arte mexicano; dando fin, además, al muralismo mexicano.
Last modified: febrero 9, 2022
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