Basquiat proporcionó una visión distinta del mundo, desde una mente ampliamente creativa, cuya ascendencia haitiana y puertorriqueña aportó una perspectiva imperiosamente no blanca y no europea, que hasta entonces se había pasado por alto.
Antes de que Jean-Michel Basquiat fuese canonizado como un mesías cultural, a finales de los años 70 se convirtió en una de las mitades de SAMO, una abreviatura de “same old shit” (la misma mierda de siempre). SAMO fue una fugaz pero notable colaboración de arte callejero entre el artista y su amigo Al Díaz. Juntos dejaron mensajes crípticos por toda la ciudad de Nueva York, fascinando a los periodistas locales y a los transeúntes por igual. Un desencuentro entre los dos puso fin al proyecto hacia 1979, pero SAMO prepararía a Basquiat para su propia práctica independiente, que se situaba entre el arte callejero y las bellas artes, siendo considerados como elementos muy distantes en la ciudad que nunca duerme durante esa época.
Basquiat seguiría creando bocetos de símbolos atractivos e ilustrando pensamientos aparentemente aleatorios en tarjetas postales que vendía por las calles de la ciudad. Existen dos versiones de su primer encuentro con el legendario artista Andy Warhol: La primera afirma que –tal y como atestigua la biopic Basquiat de Julian Schnabel de 1996– en 1980, el joven artista vio a Warhol cenando en un restaurante de SoHo y decidió probar su suerte. En aquel momento, el artista estaba en la calle tras haber sido expulsado del instituto por –aparentemente– haber lanzado un pie a la cara del director. Así que, sin nada que perder, se acercó al artista pop que estaba en medio de un almuerzo con su marchante de arte, nada menos, y le pidió que le comprara una postal de su obra. El marchante de Warhol lo descartó inicialmente por ser demasiado joven, pero el prometedor artista poseía una energía poco común que causó una impresión duradera en Warhol. Irónicamente, fue el mismo marchante quien facilitaría el ascenso de Basquiat al estrellato en poco tiempo. La segunda versión, y según el galerista y coleccionista Bruno Bischofberger, se presentaron formalmente cuando les invitó a comer.
En cualquier caso, su primera gran exhibición se materializó en la legendaria “The Times Square Art Show”. Ubicada en un edificio abandonado en la esquina de la calle 41 con la 7ª Avenida, la obra de Basquiat se presentó junto a la de Keith Haring, Jenny Holzer, Kenny Scharf y Nan Goldin, quienes también lograron convertirse en grandes representantes del circuito artístico de NY. Asimismo, aquella exhibición clave encendería la deslumbrante carrera de Basquiat. Su éxito se consolidó posteriormente con su inclusión en una exposición colectiva en el MoMA PS1 de Queens, donde su obra se presentó junto a la de Warhol en 1981. A partir de entonces, se le conocería como el “Niño Radiante”, apodo acuñado por René Ricard en un ensayo sobre la forma de arte.
Los críticos quedaron cautivados por su obra, quedando atónitos por algunos de los elementos poco –o nada– usuales utilizados en cada pintura: Jerga, pensamientos tachados y un amplio léxico simbólico. Nunca explicó lo que pretendía comunicar con el uso continuo de algunos signos, desde la corona, hasta el boxeador y la calavera. Por tanto, su práctica se mantuvo un tanto misteriosa e intrigante, alterando el status quo de las Bellas Artes. Sin embargo, por las numerosas referencias a la cultura negra, sabemos que buscaba elevar a las figuras que veneraba, como el boxeador Muhammad Ali o el músico de jazz Max Roach en donde la fuerza, la realeza y el liderazgo son interpretaciones potenciales obvias.
Basquiat proporcionó una visión distinta del mundo, desde una mente ampliamente creativa, cuya ascendencia haitiana y puertorriqueña aportó una perspectiva imperiosamente no blanca y no europea, que hasta entonces se había pasado por alto. Cuando su trabajo fue introducido al mundo del arte, develando un zeitgeist distinto, radicalizó la cultura contemporánea.
Una clave para contextualizar la relevancia histórica del arte de Basquiat es considerar en qué momento y lugar se encontraba. Durante décadas, el mundo del arte se había preparado, sin saberlo, para su llegada. Los expresionistas abstractos de los años 50, como Jackson Pollock, Willem de Kooning, Helen Frankenthaler y Joan Mitchell, cultivaron un lenguaje visual sin restricciones que comunicaba sus emociones más salvajes y espontáneas a través de salpicaduras policromáticas y barridos cacofónicos de color. En los años 60, artistas pop como el mismo Andy Warhol, Roy Lichtenstein y Robert Rauschenberg transformaron objetos y productos domésticos banales en símbolos de peso, convirtiéndolos en comentarios económicos, políticos y culturales.
Los minimalistas y los conceptualistas de la década de 1970 destilaron temas como el éxtasis y la ansiedad en formas geométricas y colores viscerales. Así que cuando llegó el “Niño Radiante” durante la década de los 80, el arte era libre de ser impulsivo, de opinar de forma contundente, de estar enfadado, apasionado y rebelde. En 1983, Basquiat fue el artista más joven en exponer en la Whitney Biennial, una prestigiosa muestra de arte americano contemporáneo celebrada en el Whitney Museum of American Art de Nueva York. En 1985, consiguió la portada del New York Times, pero afirmó que 1982 fue su año más creativo; el año dorado después de ser descubierto. Fue el año en que pintó brillantes composiciones, entre ellas Obnoxious liberals y la más famosa Untitled, que se vendió en Sotheby’s Nueva York por la 110,5 millones de dólares, la mayor suma jamás pagada por una obra de arte estadounidense en una subasta. Poéticamente, Untitled destronó a Silver car crash (Double disaster) de Warhol, que se vendió por la cifra récord de 105 millones de dólares en la misma casa de subastas en 2013.
Basquiat murió de una sobredosis a los 27 años. Probablemente era consciente de que su historia era vivir rápido y morir joven; por eso tituló una de sus últimas obras, en 1988, Riding with death.
Last modified: marzo 16, 2022
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