Francis Bacon (28 de octubre de 1909 – 28 de abril de 1992) comprendía la naturaleza baladí del ser humano, lo cual plasmaba directamente en su obra, dejando rastros brutales de vida y muerte; horror y éxtasis. Habiendo estallado la Gran Guerra en sus primeros años de vida, Bacon experimentó una vida doble entre su natal Dublín y Londres con el resto de su familia, mientras su padre combatía en la guerra. 

Al alcanzar los dieciséis años, su homosexualidad lo condenó al exilio y a la humillación familiar, obligándolo a vagar por las calles de Londres hasta que su padre, en un último intento para “corregir” a su hijo, organizó que acompañara a un amigo a Berlín. No funcionó como esperaba. Fue en la ciudad alemana en donde conoció y se reconoció en la vida paradójica de los grandes lujos y la desgracia pobre de las calles. Eventualmente viajó a Francia durante el verano de 1927, en donde encontró una exposición de Picasso en la Galerie Paul Rosenberg. Lo último que necesitaba para dar el paso hacia la creación artística. 

En Three studies for figures at the base of a crucifixion (1944) se observan tres figuras  agonizando, profiriendo gritos de dolor y angustia. Las figuras llevan los nombres de Alecto (la implacable), Tisífone (la vengadora del asesinato) y Megara (la celosa). Las furias de Bacon son representadas lejanas a la divinidad y a la corporalidad humana; lejanas a la crucifixión mencionada en el título, sin vírgenes o cruces. Fuera de tiempo y espacio, las tres figuras se entienden trágicas, monstruosas, amenazantes. El fondo naranja resalta la secuencia del tríptico –no narrativo–. Las dentaduras humanas se encuentran listas para llevar a cabo la venganza para la que fueron concebidas. El destino de la humanidad se encuentra en la boca de tres diosas bestiales.

Dos grandes elementos sirven de guía temática y visual para sus obras: Por una parte, la carne efímera se presenta en su máxima expresión cuando se encuentra en mataderos, cuando se encuentra con un destino adecuado que consiente su liberación terrenal y gloriosa; por otra parte se encuentra la boca en toda su extensión, toda su profundidad. El “órgano de gritos delirantes”, diría Bataille al manifestar su importancia dentro del surrealismo.

Durante 1948 y 49 elabora la serie Seis cabezas, en donde el fondo y forma de su obra se encuentra con una técnica plástica que elimina distracciones en segundos y terceros planos. El fondo sirve como un medio enfático; lleva a la figura al centro y hacia afuera, logrando un sentimiento de histeria y goce en el grito, su motivo principal. Permite que el óleo borre parte del rostro mientras la boca se mantiene cruda, íntima. A partir de Seis cabezas, Bacon decide explorar los límites de su propia propuesta gráfica al realizar diversos estudios (1949 – 1971) del Retrato de Inocencio X de Velázquez. Dichos estudios incluyeron también algunas propuestas de una fotografía del Papa Pío XII y culminaron con el fotograma de la anciana herida en la secuencia de Odessa en El acorazado Potemkin (1925). La figura pasa a segundo plano para adentrarse en la psique, en la emoción pura que se produce al acercarse al centro de la humanidad. Placer. Horror. Ira. El grito es la manifestación de todos los gritos.

Llegando a los 80s, la figura humana vuelve a mutar, se aleja de las representaciones humanas o figuras híbridas, mutantes. Se eliminan las extremidades y la cabeza. Esta transgresión contra el cuerpo continúa mientras avanzan los años. Se descuida más la figura hasta que no quedan más que manchas o “dunas de arena” ya que la muerte también llega a la carne, incluso en el amanecer de nuevas tecnologías. El dolor y el placer se encuentran al final, cuando el cuerpo desaparece y lo único que permanece son los fluidos.

Durante esta década también se dedica a reconciliarse con obras del pasado y aborda sucesos políticos en donde la muerte está involucrada. Decide recrear trípticos y plasma la muerte de Trotsky en una secuencia con un final impactante, mostrando un atril cubierto de sangre.

Hacia la segunda mitad de la década de los 80, la Tate Gallery de Londres exhibió una retrospectiva de la obra del pintor con 125 piezas y llamándolo “el pintor vivo más grande”. A partir de este momento, y ya entrando a sus 70 años, la brutalidad temática y gráfica de Bacon se transforma. Se mueve hacia una calma extraña, sin dejar de lado la sensación gráfica de desconcierto, de corporalidad y mortalidad. Francis Bacon murió de un ataque al corazón en Madrid, sin dejar el contento y el deseo de vivir en constante desenfreno. 

¿De qué maneras puede mostrarse la fragilidad de la vida? ¿Les despierta algo la obra de Francis Bacon? 

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