“Al establecerse en la capital francesa, el artista alemán desarrolló su técnica, estableciendo sus intenciones y marcando una línea muy particular para la elaboración de su obra.”
La vida de Max Ernst se desarrolló como el movimiento de un péndulo, tal como su obra: Caótica, no representativa, incluso blasfema. Nació el 2 de abril de 1891 en Brühl, Alemania, mostrando una gran capacidad creativa, un tanto curiosa. Ingresó a la Universidad de Bonn para estudiar psicología y filosofía; también fue ahí que encontró su vocación al estudiar arte. Eventualmente optó por abandonar sus estudios para concentrarse en la producción artística, en la cual se formó de manera autodidacta. Tras su paso por las trincheras de la Gran Guerra, regresó a Alemania, desencantado de la ideología burguesa que predominaba sobre los distintos circuitos artísticos.
Encontrándose con el grupo dadá en Berlín, Ernst pudo desenvolverse dentro del ámbito que tanto le gustaba, de la manera que mejor consideraba, explorando y construyendo desde la creatividad, no desde la pretensión. Años después, se estableció como uno de los grandes representantes del dadaísmo en Colonia, hasta que conoció a Paul Éluard y a su esposa Gala, lo que le llevó a trasladarse a París en 1922, justo a tiempo para presenciar el origen de un nuevo movimiento junto a André Breton y todo el grupo que le acompañaba.
El surrealismo desplazó al dadaísmo con la publicación del Primer Manifiesto Surrealista de Breton en 1924, y Ernst se convirtió en uno de los miembros fundadores del movimiento. Al establecerse en la capital francesa, el artista alemán desarrolló su técnica, estableciendo sus intenciones y marcando una línea muy particular para la elaboración de su obra. Por una parte, al conocer la historia del arte, estaba convencido de que las convenciones y las tradiciones establecidas por la Academia ya eran caducas, por lo que atacó todo elemento sígnico producido al ir en contra de ello en su propia pintura, llegando a ignorar la supuesta santidad naturalista.
Tanto él como sus colegas estaban descubriendo las posibilidades del autonomismo y de los sueños; de hecho, sus investigaciones artísticas se vieron favorecidas por la hipnosis y los alucinógenos. En 1925, para activar el flujo de imágenes de su inconsciente, Ernst empezó a experimentar con el frottage -frotamiento con lápiz de cosas como el grano de la madera, la tela o las hojas-, una técnica que de hecho desarrolló, y la decalcomanía -técnica en la que se transfiere pintura de una superficie a otra al presionarlas una contra otra-. Sus experimentos e innovaciones técnicas dieron lugar a imágenes acabadas, patrones accidentales y texturas definidas que luego incorporaría a sus dibujos y pinturas. Este énfasis en el contacto entre materiales, así como en la transformación de los materiales cotidianos para llegar a una imagen que significara algún tipo de conciencia colectiva, se convertiría en algo fundamental para el concepto de automatismo del surrealismo.
En 1929, Ernst volvió al collage y creó La mujer de las cien cabezas, su primera “novela collage”, una secuencia de ilustraciones ensambladas a partir de material de lectura de los siglos XIX y XX y un formato que se le atribuye haber inventado. Poco después continuó con Una niña sueña con tomar el velo (1930) y Una semana de bondad (1934).
En 1933, el Partido Nazi se habían hecho con el control de Alemania. Durante el otoño de 1937, Hitler ya había acumulado aproximadamente dieciséis mil obras de arte de vanguardia de los museos nacionales de Alemania; envió seiscientas cincuenta obras a Múnich para su infame exposición Degenerate Kunst (Arte degenerado). Al parecer, Ernst tenía al menos dos cuadros expuestos en la exposición, ambos desaparecidos desde entonces -probablemente destruidos-.
El surrealista huyó de Francia con la Gestapo pisándole los talones después de haber sido internado tres veces como ciudadano alemán. Refugiado en Nueva York, donde junto a importantes artistas europeos de vanguardia como Marcel Duchamp y Piet Mondrian, electrizó a una generación de artistas estadounidenses. Ernst conoció a Peggy Guggenheim, socialité, galerista y mecenas de arte, quien se convertiría en su tercera esposa. Guggenheim permitió a Ernst entrar en la floreciente escena artística de Nueva York.
A partir de 1934, la actividad del artista se centró cada vez más en la escultura, utilizando en este medio técnicas improvisadas al igual que en la pintura. Edipo II (1934), por ejemplo, fue moldeado a partir de una pila de cubos de madera en precario equilibrio para formar una imagen fálica de aspecto beligerante.
Poco tiempo después, tras su divorcio con la coleccionista estadounidense, decidió trasladarse a Sedona, Arizona, con su cuarta esposa, la pintora surrealista estadounidense Dorothea Tanning en 1946. Durante su estancia en la Ciudad que nunca duerme y el Estado del Gran Cañón, se concentró en esculturas como El rey jugando con la reina (1944), que manifiesta una cierta influencia africana. El rechazo de Ernst a las técnicas, los estilos y las imágenes tradicionales de la pintura -simbolizadas por el estilo clásico de la obra de su padre- cautivó a los jóvenes pintores estadounidenses, que también buscaron un enfoque fresco y poco ortodoxo de la pintura.
Tuvo un efecto especialmente fuerte en la dirección de la pintura de Jackson Pollock, quien se interesó por los aspectos de collage de la obra de Ernst, así como por su tendencia a utilizar su arte como una externalización de su estado interno. Los artistas más jóvenes estaban muy interesados en que lograra captar el inconsciente y lo accidental en su creación artística, en su gran experimentación surrealista con el autonomismo y la escritura automática. En 1942, Ernst experimentó con la “oscilación” -pintar balanceando una lata llena de pintura perforada varias veces con agujeros sobre el lienzo-; esto impresionó particularmente a Pollock, quien se convertiría en el máximo representante del impresionismo abstracto.
Ernst y Tanning regresaron a Francia en 1953; un año más tarde, el artista recibió el principal premio de pintura de la prestigiosa Bienal de Venecia. En 1971, con motivo de su cumpleaños número 80, se realizó una gran retrospectiva que recorrió América y Europa. Ernst estuvo activo como artista hasta su muerte en París en 1976; fue enterrado en el famoso cementerio parisino de Pere Lachaise.
Last modified: abril 20, 2022
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