No es raro encontrar encabezados que incluyen a grandes casas de subastas como Christie’s y Sotheby’s al lado de alguna cifra que establece un nuevo máximo histórico de ganancias en ventas, sin embargo, ¿por qué es tan caro y por qué sigue en aumento? La respuesta varía según a quién se le pregunte dentro de las múltiples esferas del mundo del arte, pero hay una respuesta que se mantiene en la pregunta: No todo el arte es caro.

Los actores implicados dentro del circuito del mercado del arte parecen ser pocos, ya que tienden a ser los mismos: Una institución de renombre (galería, casa de subasta, museo, colección privada); alguna obra de un gran maestro de algún siglo acompañado de su respectivo movimiento artístico (Dalí, surrealismo, etc.), o en su defecto, un artista contemporáneo acompañado de su respectiva tendencia (Orozco, arte conceptual, etc.); finalmente, el destino de la pieza (nueva institución o colección privada).

Quienes se quedan afuera de la tan conocida dinámica de la ley de oferta y demanda son todos aquellos que deciden expresarse artísticamente y no logran consolidarse según los intereses de dos estructuras: Las tendencias y la Academia. Muchas veces van de la mano, otras tantas deciden alejarse un poco. Lo importante radica en los elementos (estéticos y conceptuales) que buscan para poder difundir la pieza, y, por extensión, a su autor. No son pocos los galeristas que deciden explorar los interiores de escuelas de arte nacionales e internacionales para descubrir a su siguiente gran representante, así como tampoco es extraño sumergirse en las profundidades de algunas redes sociales para encontrar a alguien que tenga ese algo que coincide con lo que se necesita en el momento en cuanto a –insisto– tendencias.

Si bien es cierto que toda escuela de arte organiza exhibiciones con obras de sus alumnos de manera constante, también es cierto que al finalizar sus estudios, también se realizan exhibiciones colectivas en espacios independientes con la intención de difundir y vender su obra en donde el tamaño de la pieza determina el precio –en caso de no haber tenido la suerte de haber sido contactado por alguna galería–. De igual manera se participa en concursos para un espacio expositivo o para ser acreedor a una beca que permita la continuidad de la creación artística.

Entonces, ¿qué se necesita para que una pieza alcance cifras exorbitantes?

El imperio del autor

El entendido de la inflación del autor se ejemplifica perfectamente con Damien Hirst y La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo en 1991 y más tarde en 2004. A principios de los 90, Charles Saatchi –figura importantísima para el mundo del arte– conoció a Hirst en una exhibición colectiva con su pieza Mil años, con la cual quedó completamente impresionado. Poco tiempo después, Saatchi comisionó la obra que se convertiría en el ícono  de la capacidad económica del arte en años venideros –que podría argumentarse habla sobre la evanescencia de la importancia en cuanto a la sustitución del tiburón y por lo tanto, la obra radica en la permanencia del valor ante lo efímero–. 

La forma del mercado del arte fue acercándose a lo que se conoce hoy en día. En 2004 la pieza fue vendida en lo que se consideraba como $8 millones de dólares, sin embargo, la transacción logró concretar $12 millones según Don Thompson, quien se preguntó sobre los factores necesarios para colocar cualquier pieza en el mercado.

En lugar de suerte y talento, es necesario considerar su valor intangible, su unicidad y capacidad estética por una parte; por otra, se consume un elemento completamente original, por lo que está lleno de un estatus implícito y marcado con el sello invisible de aprobación ante una esfera pública en vista, pero privada en relaciones difícilmente complacientes. La cantidad de galerías pequeñas que se logran abrir paso con creadores emergentes dentro de un ambiente hostil como el entendido internacional de ferias de arte es casi nula, tomando en cuenta las enormes cantidades necesarias para asegurar un espacio, oscilando entre $50,000 y $100,000 dólares en 2019, antes de la emergencia sanitaria que azotó al planeta.

En su lugar se crean nuevas sedes de algunos gigantes ya establecidos que en definitiva cuentan con todas las cartas para presentarse en cualquier lugar del mundo. ¿La alternativa? Ferias independientes con representantes independientes. ¿La otra alternativa? El metaverso y su capacidad para crear sin intermediarios, permitiendo ganancias –casi– totales.

Colecciones y coleccionistas

La cantidad de personas que se ha convertido en coleccionistas ha ido en aumento en los últimos años, sin embargo, siguen formando parte de ese pequeño porcentaje capaz de obtener ganancias necesarias para gastar en una pintura que bien podría equivaler a lo mismo que una casa… o dos. Esto se debe, por una parte, a la naturaleza individual de cada obra de arte, su estado único que lleva a cada sujeto a querer cada vez más: Una colección más grande. Una colección más especial.

Por otra parte, como todo activo, el arte tiene una particularidad en cuanto a su sentido de inversión, y es que ya sea una obra romanticista de William Blake o un conejo de acero de Jeff Koons, su valor no puede hacer otra cosa más que aumentar. Tal es el caso de Thaw de Robert Rauschenberg, comprada en 1958 por $900 dólares y vendida en 1973 por $85,000. La capacidad de reducir el pago de impuestos o incluso el pago en especie también destaca dentro de los diversos beneficios, ya sea desde el fomento educativo o la creación de instituciones que apoyan diversas instancias, permiten una disminución considerable, incluso total en algunos casos, además de donaciones a instituciones museísticas o de investigación.

Las tendencias creadas también afectan directamente a obras realizadas por autores muertos. Las vanguardias se mantienen como el centro de la conversación en cuanto a cubismo (Picasso) o incluso las primeras expresiones prevanguardistas (gran parte de los impresionistas y postimpresionistas), además del entendido arte prehispánico o todo lo anterior a la ilustración, particularmente el arte paleocristiano –debido a su desarrollo histórico y folklorización–. En realidad, la cantidad de obras en manos privadas es impresionante, con cotizaciones aproximadas de $320 ($260 – $380) millones a la cabeza, siendo esta un retrato de Jan Six pintado por Rembrandt. ¿Si estás salieran a la venta un día, qué tanto se dislocaría el mercado global?

Retrato de Jan Six, Rembrandt (1654)

Entonces… ¿por qué?

El mercado del arte funciona como un enorme consenso de mercadotecnia, en donde lo importante radica en los elementos que llegan a resaltar según ciertos personajes, como es el caso de curadores –hablando de artistas emergentes o establecidos– o críticos –en cuanto a piezas específicas o incluso “periodos” de artistas–. La cantidad y calidad de exposiciones en ciertos museos –dependiendo del tamaño institucional de cada espacio– influye directamente en el estatus que tiene cada creador, al igual que el número de piezas que lleguen a encontrarse en diversas colecciones, lo cual influye en la inflación sobre los precios. Al final del día, todos estos elementos convergen en los mismos elementos, es decir, en lo que todo lo anterior determine como tendencia, y, de tal manera se logra un entendido general –cual inconsciente colectivo– sobre los artistas y las piezas más deseables.

La democratización del arte –tangible, de vanguardia o de cualquier tipo, realmente– se mantiene como una lucha entre el mismo entendido del arte y qué tanto afecta la relación con el mercado, por lo que a pesar de las cada vez mayores cifras encontradas día a día, los momentos estéticos se mantienen en la percepción de cada estímulo sensorial.

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