¿Quién rompió lo “woke”?


¿Tenen razón los responsables de los canales de noticias y los asesores políticos al considerar que la wokeness es la ruina de la civilización occidental? ¿Se trata de otro ejemplo de apropiación de un término de la cultura negra para convertirlo en un producto comercializable?


De vez en cuando, una palabra parece apoderarse por completo del discurso, sea extranjerismo o no. Desde hipster, hasta basado… pero ninguna ha tenido el poder de permanencia de woke.

Anteriormente exclusivo de las comunidades negras, el uso del vocablo ha ido en aumento desde 2016, y ahora es imposible ver las noticias, escuchar discursos políticos, o charlar con un tío sin oírlo como un insulto o como un medio despectivo.

Entonces, ¿por qué woke es un pararrayos político? ¿Qué significa realmente y cómo se ha convertido en un término comodín para la petulancia liberal? 

¿De dónde viene?

Como muchos términos de argot que arrasan en el colectivo, woke surgió del Inglés Afroestadounidense Vernáculo (AAVE por sus siglas en inglés). Significa estar despierto o alerta ante la opresión contra los negros. En los años 20, Marcus Garvey escribió: “¡Despierta Etiopía! Despierta África!” Pidiendo la creación de una nación africana unida. 

En 1938, el cantautor Huddie Ledbetter (alias Lead Belly) advirtió a los oyentes que “permanecieran despiertos” en una canción de protesta sobre los peligros a los que se enfrentaban los negros en el sur. La canción, Scottsboro Boys, describe lo ocurrido en 1931 cuando nueve adolescentes negros fueron acusados de violar a dos mujeres blancas en Scottsboro, Arkansas. 

Además, en 1968 Martin Luther King Jr. pronunció un discurso titulado “Remaining Awake Through a Great Revolution” (Permanecer despierto a través de esta gran revolución), sobre la importancia de adoptar nuevas ideas y perspectivas en tiempos de cambio radical.

En todas estas iteraciones, la wokeness articula una necesidad particular de una conciencia racial negra vigilante. Tanto como medio de supervivencia, como de emancipación. En 1962, el artículo del escritor William Melvin Kelly en The New York Times If you’re woke, you dig it, utilizaba el término como ejemplo de la jerga negra de la que se apropiaban los beatniks de la época, generalmente blancos.

Señaló que la jerga negra suele ser fluida, y que algunos términos, como Jive, habían evolucionado con el tiempo hasta significar exactamente lo contrario. Pero la era más reciente de la wokeness comenzó con la canción Master Teacher de Erica Badu en 2008. De esta manera, Stay woke se convirtió en un lema cada vez más común en Twitter y pasó al primer plano del léxico con el auge del movimiento Black Lives Matter en 2013.

Despierta el auge

Según el académico Carl Rhodes, woke se describe como una “práctica política basada en la solidaridad, dirigida por la comunidad y políticamente activada”, que se define por la concienciación y la acción contra la opresión de la población negra, especialmente por parte de la policía. 

Pero, por supuesto, como cualquier palabra de moda que gana popularidad en Internet, el significado de woke tardó cinco minutos en derrumbarse sobre sí mismo. En 2015, el sitio web lleno de clickbaits felices, BuzzFeed, publicó un artículo sobre el actor de Orange is the New Black, Matt McGorry, en el que lo llamaba “tan bae y tan woke” -escribir esas palabras me hizo sentir tan mal y tan triste-.

Alrededor de 2016, según el lingüista Tony Thorne, también desarrolló su significado irónico para burlarse de los Prius-progresistas bebedores de café con leche que blandían su wokeness para reprender y juzgar a los demás.

Ahora bien, en estos casos, woke se refería más a que los liberales tuvieran las opiniones correctas sobre diversos asuntos culturales y sociales que a la concienciación crítica sobre cuestiones sistémicas. Los políticos y expertos de derechas aprovecharon el término como una forma de menospreciar a sus oponentes. Hay algo inevitable en todo este ciclo.  El escritor Elijah Wilson lo resume diciendo:

Como cualquier cosa creada por la gente negra, la frase fue apropiada por las masas, transformada en un término de moda antes de mutar finalmente en un meme y convertirse en una forma de ironía.

Incluso Badu dijo recientemente que “la palabra ya no nos pertenece”. De hecho, lo que recobró protagonismo en la canción de Badu y de nuevo en 2016 a través de Childish Gambino con Redbone, se ha convertido en la respuesta a la que recurre la derecha cada vez que se le pide que señale la raíz de todos los problemas de la sociedad.

Entonces, ¿cómo pasó lo woke de describir la conciencia negra a describir la opresión de la cultura blanca tradicional de clase media… que supongo que es mayonesa? 

No sé qué es la cultura blanca tradicional de clase media. Mayonesa. Iglesia. Ver dramas policíacos… o algo así.

Integración política

Para entenderlo, tenemos que mirar a la América Corporativa –lo sé, lo sé–. Que, como ocurre con cualquier movimiento contracultural, incorporó rápidamente la wokeness a lo que Rhodes llama capitalismo woke en su libro homónimo. Según Rhodes, esto empezó en los años 50, cuando el mundo empresarial se obsesionó con la responsabilidad corporativa; es decir, intentaron responder a la pregunta “¿qué deben las empresas a la sociedad en el plano moral?”.

Ahora bien, antes de que empecemos a pensar que se trata de corazones sangrantes y trajes, es importante señalar que el movimiento de responsabilidad corporativa fue, desde sus primeros días, explícitamente sobre el interés propio. Sus primeros defensores argumentaban que si las empresas se comportaban moralmente, era menos probable que el gobierno interviniera o regulara sus prácticas.

Si avanzamos rápidamente hasta la terrible economía de los años setenta y el auge del neoliberalismo en los ochenta, el espíritu de las empresas estadounidenses se convirtió en el “movimiento del valor para el accionista”. 

Esta era la idea de que el objetivo principal de cualquier empresa era maximizar los beneficios para sus accionistas -naturalmente-; fue acompañada de cosas como la calificación corporativa de las empresas más pequeñas y los paquetes salariales altísimos para los ejecutivos que eran buenos muchachos maximizadores de beneficios y, sólo a veces, eran completos psicópatas.

Curiosamente, a lo largo de los años 80 y 90, la idea de la responsabilidad social corporativa (RSC) despegó, pero sólo en la medida en que los actos de responsabilidad social ayudaban a la cuenta de resultados de los accionistas; a menudo generando publicidad positiva.  Starbucks ofreció programas de matrícula gratuita para sus empleados. Empresas como IKEA y Nike se comprometieron a luchar contra el trabajo infantil en su cadena de suministro.

Ahora, al final del milenio, Rhodes sostiene que la RSC persiste como un bálsamo para el escepticismo colectivo hacia la América Corporativa: “lo que antes eran problemas sociales se convirtieron en oportunidades estratégicas para las empresas… la conexión de la responsabilidad social con el poder empresarial y el valor para los accionistas sentó las bases de lo que se convertiría en el capitalismo woke“.

El capitalismo woke es interesante porque surgió en una era directamente posterior a unos 40 años de maximización del valor para el accionista y de rápido aumento de la desigualdad de ingresos. Hoy en día, Warren Buffet, Bill Gates y Jeff Bezos tienen tanta riqueza personal como el 50% de los estadounidenses con menos ingresos. 

Y así, continúa Rhodes “…las corporaciones buscan una justificación moral para su existencia, posicionándose como las salvadoras del sistema explotador generador de desigualdad que ellas mismas produjeron”. Este sistema capital es esa justificación moral, un intento “…de bañar el negocio en un resplandor ético para que los excesos de desigualdad que ha producido no creen una turba furiosa empeñada en destruirlo”.

Esto se llama a veces wokewashing, algo así como el greenwashing que se utiliza para describir la postura de conciencia medioambiental. Pensemos en cosas como el infame anuncio de Pepsi de Kendall Jenner, que de alguna manera argumenta que los antifa y la policía se llevarían bien si simplemente pasaran el rato y bebieran una Pepsi fría.

(Sin relación. Si eres de los que, si tiene la opción de beber Coca-Cola o Pepsi, elige Pepsi… dinos por qué.)

De este modo, la situación empieza a parecerse mucho a las migajas que tiran a la mesa los gigantes de la industria. Es el sostén de una élite gobernante satisfecha de sí misma, que cree que su riqueza es merecida.

Al mismo tiempo, merece la pena reflexionar sobre el tipo de causas con las que las empresas woke se alinean más a menudo. Cosas como los derechos LGBTQ+, el feminismo “girl bossy”, la diversidad en el lugar de trabajo, etcétera. 

Básicamente, las empresas se alinean más con causas socialmente radicales que con causas económicamente radicales, lo que les permite ganar credibilidad progresista sin amenazar el orden económico; esto se conoce como la “ley de hierro del capitalismo woke“, es decir, las marcas gravitarán hacia señales de bajo coste y alto ruido como sustituto de una auténtica reforma.

En lugar de cuestionar el sistema, esto no hace más que reforzar. Así que podemos celebrar el mes del orgullo en el trabajo, pero seguiremos trabajando más de 40 horas a la semana mientras apenas pagamos el alquiler y rezamos a todas las deidades nuevas, viejas y antiguas por tener buena salud, ya que no existe un sistema de atención sanitaria… etc.

Violencias políticas

Slavoj Žižek argumenta que la señalización woke se convierte en una forma de evitar tener que contar realmente con el poder supremo que la élite adinerada ha acumulado injustamente. Escribe [en un ensayo que tiene muchos problemas]: “se someten a las demandas woke porque la mayoría de ellos son realmente culpables de participar en la dominación social, pero someterse a las demandas woke les ofrece una salida fácil: asumes gustosamente tu culpabilidad en la medida en que esto te permite seguir viviendo como lo hacías”.

Esto también nos lleva a conceptos sociales como el de aliadx y, aunque por supuesto no es malo considerarse aliado de los grupos oprimidos o marginados –hasta que sí–, existe el riesgo de que una vez que se tuitea sobre ser aliado o se publica un cuadrado negro en Instagram, esto alivia cualquier responsabilidad social o material para hacer realmente algo por lograr un cambio significativo, lo cual es desafortunado, ya que el uso original del término woke en gran parte en el trabajo de activistas negros, artistas y escritores se ocupó precisamente de ser conscientes de la opresión sistémica y material en aras de la transformación de esos sistemas.

En este sentido, comparte el espíritu de gente como Marx, que pensaba que el objetivo de la filosofía no era simplemente comprender el mundo, sino transformarlo. Ante el capitalista woke, esto se ha convertido en alinear marcas con significantes culturales y sociales que [nos] hacen bueno(s), y no se trata sólo de multimillonarios y directores ejecutivos que alivian su culpa con la labor performativa.

El capitalismo woke nos ofrece a todos una forma de comprar virtud. Comprar unos legos arco iris es mucho más fácil que hacer el duro trabajo de aprender u organizarse. Incluso se puede argumentar que la identificación de marca con una empresa woke llena un cierto vacío, dándonos la sensación de que compartimos ciertos valores colectivos, un sentimiento que solía ser proporcionado por la vida comunitaria robusta, y así, el capitalismo woke ha sido fundamental para torcer el significado original del vocablo, porque los conservadores tienen razón… de alguna manera.

(Sí, eso dije)

Wake me up when civilización occidental ends

Las empresas se comportan de forma bastante cínica con su activismo, el hecho de que la gente empiece a beneficiarse de la wokeness ha transformado una ética política radical en lo que muchos ven como una mera excusa para la grandilocuencia. No es de extrañar que moleste a tanta gente. El capitalismo woke consiste en generar beneficios y ser felicitado por ello. Rhodes argumenta: “La santurronería corporativa no hizo nada para cambiar realmente el corazón de la agenda del capitalismo; en todo caso, lo reforzó. Acorralar la riqueza en la dirección de los dueños del capital siguió siendo el nombre del juego”.

Yo diría que el capitalismo woke es, de hecho, bastante pernicioso, sólo que no de la forma en que se cree, porque la adopción por parte de la América corporativa de la laboriosidad performativa se ha filtrado, como tan a menudo lo hace, en la cultura colectiva. Además, hay personas que intentan parecer “buenas” para conseguir capital social, como convertirse en buenos “aliados” sin salir de sus condominios. 

El activismo político liberal se centra cada vez más en los productos culturales que te hacen parecer que estás en el lado correcto de la historia y las identidades, como cuántas mujeres CEO de Fortune 500 hay, y al hacerlo está ignorando las condiciones económicas e históricas materiales que conducen a desigualdades sistémicas y opresión a través de la raza, la clase, el género y las identidades sexuales.

Por último, a menos que cualquier tendencia woke que aborden los medios de comunicación se traduzca en acciones materiales, todo lo que realmente significa es que entiendes cómo parecer woke en su sentido más reductor. Como escriben las profesoras Tehama López Bunyasi y Candis Watts Smith: 

Esforzarse por ser educado en torno a cuestiones de justicia social es loable y moral, pero esforzarse por ser reconocido por los demás como un individuo woke es egoísta y erróneo. Así que, a aquellos de ustedes que están haciendo de la conciencia racial y la política progresista una competición, ¡por favor, supéralo!.

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