Columna por: Celeste Espinosa

“En esta ocasión aprovecho para recomendar tres escritoras mexicanas que son impresionantes, para recordar que México no es sólo nacionalismo vacío”.


La celebración de las fiestas patrias sin duda es una acontecimiento irónico dadas las circunstancias en las que se encuentra gran parte del país, sin embargo, puede ser una gran excusa para dar a conocer aspectos de México que a veces no son tomados en cuenta, tal es el caso de artistas mexicanas, aunque no puedo afirmar que eso sólo suceda en México, sino más bien que es un fenómeno mundial, pero en esta ocasión aprovecho para recomendar tres escritoras mexicanas que son impresionantes, para recordar que México no es sólo nacionalismo vacío.

En primer lugar tengo que mencionar a una de las escritoras que más ha impactado mi experiencia lectora: Josefina Vicens. Originaria de Villahermosa, Vicens fue ganadora del premio Xavier Villaurrutia en 1958 con su novela “El libro vacío”, en mi opinión, esta novela es una obra imprescindible para cualquier lector, no sólo por la maestría de Vicens para narrar un texto que va sobre “nada”, sino también por la temática tan ambigua que permite hermanarse con el narrador quien en primera persona pone sus pensamientos al servicio del lector:

No me gusta mi cuerpo: es débil, blando, insignificante. No, no me gusta. Tal vez
por eso nunca me ha importado y lo descuido. El resultado es que se me impone
siempre, en fracciones, en pequeñas o grandes molestias: dolor de muelas, gripes, arritmia, una serie de achaques. Pero sobre todo, un temblor permanente, por dentro, un quebranto. Es como la seguridad de que algo va a ocurrir, el temor de que ocurra y la impaciencia de que ya ocurra. A veces pienso si esa angustia no será la gran angustia del miedo a la muerte, sólo que atenuada por el hábito de sentirla. Porque no es que sea excesiva y que yo tenga que ocuparme de disminuirla. No; la siento de mi tamaño exacto. Lo que tiene de desesperante no es su dimensión, sino su permanencia, su residencia definitiva en mí.

Mi segunda recomendación es Inés Arredondo de Culiacán, en mi opinión, una de las mejores cuentistas del siglo XX fue parte de la generación del medio siglo. Su escritura está enmarcada en temas que para la época (e incluso ahora) resultaban tabú como la sexualidad femenina, la muerte, el incesto, la infidelidad entre otros. En general,la narrativa de Arredondo es impecable, tiene todo lo necesario para estremecerte sin llevar las cosas a un extremo que requiera un pacto ficcional importante y aunque todos sus cuentos son verdaderamente increíble, sin duda uno de los cuentos que más me han impactado y que incluso tiene una adaptación cinematográfica es La sunamita, donde Arredondo narra sin temor una relación de incesto entre un hombre a punto de morir y su sobrina: 

Me arrodillé y metí la cabeza y casi todo el torso debajo de la cama, pero tenía que alargar lo más posible el brazo para alcanzarlo. Primero me pareció que había sido mi propio movimiento, o quizá el roce de la ropa, pero ya con el libro cogido y cuando me reacomodaba para salir, me quedé inmóvil, anonadada por aquello que había presentido, esperado: el desencadenamiento, el grito, el trueno. Una rabia nunca sentida me estremeció cuando pude creer que era verdad aquello que estaba sucediendo, y que aprovechándose de mi asombro su mano temblona se hacía más segura y más pesada y se recreaba, se aventuraba ya sin freno palpando y recorriendo mis caderas; una mano descarnada que se pegaba a mi carne y la estrujaba con deleite, una mano muerta que buscaba impaciente el hueco entre mis piernas, una mano sola, sin cuerpo.

Mi tercera recomendación es una escritora más contemporánea, su nombre es Clyo Mendoza y es originaria de Oaxaca, y ha inaugurado su carrera como escritora con su novela “Furia” en donde mediante la historia de dos soldados que se encuentran frente al cadáver de un niño tomarán la decisión que cambiará sus vidas: desertar. La historia está enmarcada en un México desértico, sin embargo, la narración de Clyo muestra una destreza poco común, a lo largo de su obra explora la disidencia sexual desde la propia mexicanidad, con voces que parecen salidas de las leyendas que se escuchan en la periferia del país: 

Haciéndose pasar por dos arrieros hermanos, Lázaro y Juan recorrieron a caballo el desierto huyendo de ser reconocidos. Sus ropas de hombre nunca delataron lo que hacían por las noches o los días en los que encontraban un lugar solitario y propicio. Ni siquiera el pájaro que se suspendía diariamente frente a la cueva donde vivían había descubierto, al mirarlos sostenerse el uno al otro como si se cabalgaran, algo que desafiara la naturaleza.
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