Una generación que sí tuvo esperanza: Luces en el Cielo de Fernanda Melchor

Columna por: Celeste Espinosa

“Melchor no tiene ningún reparo en narrar la gran cantidad de atrocidades que se enmarcan en la costa del golfo de México, precisamente en el final de su era de gloria […]”


Este verano parece ser el último de una era de relativa tranquilidad, al menos eso parece augurar la enorme cantidad de datos que indican que se acerca un inminente colapso ambiental, aunque también puede considerarse el primero de un futuro que, si bien me cuesta creerlo, podría ser mejor. Creo que la mayoría de nosotros no esperábamos vivir tiempos tan tumultuosos y llenos de conflictos, la mayoría pasamos la infancia soñando en las maravillas que se asomaban en el futuro, por ello y justo en este tono reflexivo, en esta ocasión les contaré sobre Luces en el cielo, una crónica de Fernanda Melchor incluído en la antología Aquí no es Miami.

Fernanda Melchor es una escritora y traductora nacida en Veracruz, fue reconocida de forma internacional con su novela Temporada de Huracanes, sin embargo, antes de escribir aquel libro, escribió un cúmulo de textos que podrían alternar entre crónicas y cuentos, los cuales reunió en Aquí no es Miami, un título muy acertado cuando uno se acerca a esta obra. Melchor no tiene ningún reparo en narrar la gran cantidad de atrocidades que se enmarcan en la costa del golfo de México, precisamente en el final de su era de gloria, ya que la tierra, las playas y las personas habían sido exprimidas por los voraces turistas o los implacables empresarios que veían en la zona una mina de diamantes que sólo duró hasta que el ojo público volcó su mirada hasta el otro extremo de la república, todos estos factores dejaron un Puerto desolado, únicamente asediado por la corrupción, el crimen organizado y la inseguridad.

El primer texto, Luces sobre el cielo, versa sobre una niña que pasa un verano a principios de la década de los noventas en la Playa del Muerto, con su familia. El nombre de la playa respondía a que tenía una señal de peligro con una calavera que advertía de los riesgos de sumergirse en sus aguas. A las orillas de aquel lugar, esta niña y su hermano menor se encontraban jugando en la arena: 

Destruíamos el hogar de una jaiba celeste, hurgando en la arena con un palo, cuando un breve resplandor nos hizo mirar hacia el cielo. Cinco luces brillantes parecieron emerger desde el fondo del mar, flotaron unos segundos sobre nuestras cabezas y después huyeron tierra adentro, hacia el estuario.

Este increíble acontecimiento marca a los hermanos, principalmente a la niña quien a partir de entonces tratará de buscar una explicación a aquel fenómeno y lo encuentra en la televisión, como todo niño de los noventa, después de que en los noticieros presentaran un video de un objeto extraño zurcando los cielos:

Durante la transmisión del programa —la cual tuvo una duración récord de 11 horas y 10 minutos en vivo— el conductor Niño Canún cedió la palabra a un hombre barbado de nombre Jaime Maussan, que se autodenominó «ufólogo» de profesión y que afirmó tener en su poder por lo menos 15 grabaciones más del mismo «objeto brillante» que Arreguín había captado.

Fernanda Melchor. Fotografía por Zoë Noble para The New York Times.

A partir de entonces, la niña de apenas nueve años de edad queda maravillada con la posibilidad de haber sido testigo de una visita de extraterrestres, plantea todo tipo de teoría sobre cómo podría haber sido la visita y cuáles serían los motivos, pasaba las tardes leyendo sobre el tema y resulta muy sencillo imaginar la vida de esa niña porque nos resulta familiar, una de las gracias de estos textos es que no recurre a idealizaciones de lugares, momentos o relaciones, sino que las narra con la fluidez con la que escucharías una anécdota, hasta este punto, el texto parece una historia agradable de una infancia acompañada de fantasías, como si se tratara de cualquier historia televisada, sin embargo, pronto cambia el tono y es precisamente aquí donde Melchor hace uso de su enorme capacidad narrativa para mostrarnos una realidad que en aquel momento resultaba escandalosa, pero ahora se ha vuelto cotidiana. 

Cuando la niña decide volver para por fin captar las pruebas contundentes de que nuestro planeta es frecuentado por seres interplanetarios, se encuentra con la sorpresa de que la Playa del Muerto se había convertido en un hervidero de personas que encontraron en aquel rincón el lugar ideal para, igual que aquella niña, esperar a los ovnis con estruendo y fiesta, sin embargo, al final de la noche, la niña cae en cuenta de que aquellas luces extrañas no eran más que una avioneta del narco. 

Aquella niña enfrentada de forma fría contra una verdad que comenzaba a afectar su ciudad natal y que la llevaba a perder toda la fe en cosas sobrenaturales parece ser la calca de una generación que parece cada vez más resignada a no encontrar en el futuro ninguna sorpresa agradable, que parece condenada a siempre sorprenderse para mal y en la que la esperanza parece no tener mucho espacio, a diferencia de generaciones anterioriores que podían entregarse sin miedo a la fe en mitos y leyendas, pero también en la esperanza de un futuro mejor, y es que al final, como bien escribe Fernanda Melchor: 

Creo que jamás en la vida volví a creer en algo con tanta fe como creí en los extraterrestres. Ni siquiera en el Ratón de los Dientes, en Santa Claus o en el Hombre sin Cabeza […] mucho menos en la mantarraya gigante-antropófaga-voladora de las Islas Fiji, y más tarde, ni siquiera Dios se salvaría de mi incredulidad. Todo era pura mentira, inventos de los grandes. Todos esos seres maravillosos con poderes inauditos no eran más que el fruto de la imaginación de los padres.

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