Debido al cambio climático y a la mala gestión del agua, muchas zonas de Irak se están desertificando. El fenómeno supone una amenaza para la conservación de yacimientos antiguos.


Desde lo alto de un montículo, el arqueólogo iraquí Aqeel al-Mansrawi contempla más de cuatro milenios de historia. A su alrededor, las olas de arena han cubierto parcialmente de dunas el antiguo templo dedicado a Shara en el yacimiento arqueológico de Umm al-Aqarib – “la madre de los escorpiones” en árabe-. “Se trata de una de las ciudades sumerias más importantes del sur de Mesopotamia”, explica el investigador.

Aqeel al-Mansrawi conoce como la palma de su mano esta ciudad de 5 kilómetros cuadrados, cuyo apogeo se sitúa en torno al año 2,350 a.C. Comparte una amarga observación: en Umm al-Aqarib, la arena “cubre ahora buena parte del yacimiento”. El fenómeno es reciente, de hace sólo “unos diez años”.

Hoy, en Umm al-Aqarib, como en muchos otros yacimientos arqueológicos iraquíes, el saqueo ya no es la única amenaza para los restos milenarios preservados por el clima árido. Estos yacimientos antiguos y mal custodiados se ven ahora duramente afectados por los efectos indirectos del cambio climático, a saber, el aumento de la salinización y, sobre todo, las tormentas de arena cada vez más frecuentes en Irak. El fenómeno es devastador: en 2022, una docena de estas borrascas barrieron el país.

Una plaga de arena y sal

“En los próximos diez años, se calcula que la arena podría cubrir entre el 80 y el 90% de los yacimientos arqueológicos” del sur de Irak, afirma Aqeel al-Mansrawi. “Las misiones arqueológicas tendrán que hacer más esfuerzos” para limpiar la arena antes de poder empezar a excavar. Los vientos son ahora “más polvorientos” y “arrastran fragmentos de tierra, sobre todo arena y limo, que provocan la erosión y el desmoronamiento de los edificios antiguos”, afirma Jaafar al-Jotheri, profesor de arqueología de la Universidad iraquí de Al-Qadissiyah.

La culpa, según él, la tienen los inviernos más secos y los veranos más largos y calurosos, en los que la temperatura supera los 50 grados, y que “debilitan el suelo y lo fragmentan debido a la falta de vegetación”.

Otro enemigo es la salinización, también debida a un entorno “muy seco”, afirma Mark Altaweel, profesor de arqueología de Oriente Próximo en el University College de Londres. Cuando “el agua se evapora muy rápidamente, sólo quedan los residuos salinos”. Y en cantidades demasiado grandes, la salinización lo devora todo.

La desertización afecta al 39% de las tierras iraquíes.

Barham Salih, ex Presidente de Irak

De acuerdo con la ONU, Irak es uno de los cinco países más vulnerables a algunos de los efectos más tangibles del cambio climático, principalmente las sequías prolongadas. Este desastre es especialmente visible a lo largo de los ríos Tigris y Éufrates. Los dos ríos míticos, principales fuentes de irrigación para la agricultura iraquí, se ven ahora reducidos a escasos arroyos.

Aunque la falta de lluvias es un factor importante, las autoridades critican especialmente las presas construidas aguas arriba de los ríos por Turquía e Irán, que Bagdad considera responsables de la reducción del caudal.

Peor aún, Irak tiene la “peor gestión del agua”, señala Jaafar Jotheri, recordando que se remonta a las épocas sumeria y acadia. Incluso hoy en día, los agricultores siguen recurriendo a la inundación, una técnica ampliamente considerada como extremadamente derrochadora. Sin agua, cada vez más agricultores y pastores iraquíes emigran a las ciudades para intentar sobrevivir.

“Cuando los agricultores abandonan sus tierras, el suelo queda más expuesto al viento”, que arrastra arena y cieno, afirma el profesor Jotheri. A finales de 2021, el ex presidente Barham Salih había declarado que “la desertización afecta al 39% de las tierras iraquíes”, una cifra que va a aumentar.

Entonces, ¿qué se puede hacer para intentar salvaguardar el patrimonio arqueológico iraquí? En este país donde la corrupción es omnipresente y donde, a pesar de las ganancias inesperadas del petróleo, un tercio de la población vive en la pobreza, los yacimientos arqueológicos están desatendidos. Sin embargo, Shamel Ibrahim, director de antigüedades de Dhi Qar, la provincia donde se encuentra Umm al-Aqarib, afirma que el gobierno está “trabajando para contener las dunas de arena”.

Se va a plantar un “cinturón verde” de árboles en la zona con un coste de 5,000 millones de dinares (unos 3,5 millones de euros), afirma. Sin embargo, Jaafar Jotheri se muestra escéptico, ya que “se necesita mucha agua” para mantener viva la vegetación. “Somos el país que más sufre y el que menos hace” contra los efectos del cambio climático, afirma. Ante el creciente apetito por la arena y el desierto, corremos el riesgo de quedarnos estancados.

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