2022, un año que parece un poema de ciencia ficción

Imagen destacada: Das Auge War Kaputt (El ojo estaba roto), Daniel Richter (2011)

Columna por: Celeste Espinosa

“Este año me parece la demostración de algo que se venía gestando desde hace muchos años: lo que creíamos el fin sólo fue el comienzo, y ahora nos encontramos con una realidad que sólo necesita una hojeada distante para mostrarse tan asombrosa que parece distópica”.


Por fin se acerca el final del 2022, año que estuvo marcado por ser la luz al final del túnel de una pandemia que nos encerró dos años, pero que también representó un momento de reflexión, al principio de 2020, cuando contemplábamos la catástrofe mundial que el COVID-19 representó, la sociedad se propuso mejorar, con la clara intención de no repetir los errores del pasado, en aquel entonces parecía que habíamos llegado al final de la línea y que la única opción posible como humanidad era, sin duda alguna, la enmienda de nuestros errores. 

Sin embargo, dos años mas tarde nos encontramos con la realidad, un planeta cada vez más deteriorado, una sociedad que parece cada vez más hambrienta de escándalos que permitan la superioridad moral de unos y la “cancelación” de otros, eventos mundiales marcados por la polémica y la corrupción en la más cínica de sus formas y por si fuera poco, una guerra que comenzó a principios del año y que acaparaba la atención mundial para poco a poco ir quedando como un tema aislado, un trending topic perpetuo al que sólo algunos echan un vistazo cuando hay alguna novedad escandalosa.

Este año ha representado un reinicio de las actividades, no sólo por el fin del amado home office, sino también de las actividades económicas que se abalanzan sobre nosotros con una brutalidad que parece escrita por el más cruel de los autores de ciencia ficción y es que este año me parece la demostración de algo que se venía gestando desde hace muchos años: lo que creíamos el fin sólo fue el comienzo, y ahora nos encontramos con una realidad que sólo necesita una hojeada distante para mostrarse tan asombrosa que parece distópica. Tan irreal que se percibe todo, que no he podido evitar pensar algunos poemas de ciencia ficción que cada vez se siente más cercano a la realidad.

El autor uruguayo Jules Supervielle escribió este poema como parte su obra Versiones y diversiones, y en él explora con gracia la existencia humana con más preguntas que respuestas pero con imágenes que invitar a imaginar otros mundos, no es un poema pesimista, más bien un poema que motiva a observarnos desde fuera como parte un algo mayor.

LOS GÉRMENES

Se repartieron por todas partes

Como si sembrasen en el universo

-Arrhenius
Noche condenada a la ceguera,
Noche que aún a través del día buscas a los hombres
Con manos perforadas de milagros,
He aquí a los gérmenes espaciales, polen vaporoso de los mundos.
Los gérmenes que en su larga jornada han medido los cielos
Y se posan sobre la hierba sin ruido,
Capricho de una sombra que atraviesa el espíritu.
Escapan fluidos del murmullo confuso de los mundos
Hasta donde se eleva el rumor de nuestros más lejanos pensamientos,
Sueños del hombre bajo las estrellas atentas
Que suscitan zarzas violentas en pleno cielo
Y un cabrito que gira sobre sí mismo hasta volverse astro.
Sueño del marinero que va a dispersar la tormenta
Y que, al entregar su alma al último lucero,
Visto entre dos olas que se alzan,
Hace nacer de su mirada, ahogada en el mar y la muerte,
En millones de horribles años-luz, los gérmenes.
Y los postigos verdes de sus moradas tímidamente se entreabren
Como si una mano de mujer los lanzase desde allá dentro.
Pero nadie sabe que los gérmenes acaban de llegar
Mientras la noche remienda los andrajos del día.

Entrando en una ciencia ficción demasiado realista, no puedo dejar de lado Aullido de Allen Gingsberg, un poema que no pretende presagiar nada, sino más bien retratar una realidad que se antoja abstracta, lejana, pero que se está presente y resuena ahora de la misma forma que lo hacía en 1956 por la contundencia de sus palabras y la fuerza con la implora.

AULLIDO (Fragmento) 

A Harold Salomon

He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, histéricos famélicos muertos de hambre 
arrastrándose por las calles, negros al amanecer buscando una dosis furiosa, cabezas de ángel abrasadas por la 
antigua conexión celestial al dínamo estrellado de la maquinaria de la noche, quienes pobres y andrajosos y con 
ojos cavernosos y altos se levantaron fumando en la oscuridad sobrenatural de los departamentos con agua fría 
flotando a través de las alturas de las ciudades contemplando el jazz. Quienes expusieron sus cerebros al Cielo, 
bajo Él y vieron ángeles mahometanos tambaleándose en los techos de apartamentos iluminados. Quienes pasaron 
por las universidades con ojos radiantes y frescos alucinando con Arkansas y la tragedia luminosa de Blake entre los 
estudiantes de la guerra. Quienes fueron expulsados de las academias por locos por publicar odas obscenas en las 
ventanas del cráneo. Quienes se encogieron sin afeitar y en ropa interior, quemando su dinero en papeleras y 
escuchando el Terror a través de las paredes. Quienes se jodieron sus pelos púbicos al volver de Laredo con un 
cinturón de marihuana para New York. Quienes comieron fuego en hoteles coloreados o bebieron trementina en 
Paradise Alley, muerte, o purgaron sus torsos noche tras noche con sueños, con drogas, con pesadillas despiertas, 
alcohol y verga y bolas infinitas, ceguera incomparable; calles de nubes vibrantes y relámpagos en la mente 
saltando hacia los polos de Canadá y Paterson, iluminando todas las palabras inmóviles del Tiempo, sólidos peyotes 
de los vestíbulos, amaneceres en el cementerio del árbol verde, ebriedad del vino en los tejados, puestos 
municipales el neon estridente luces del tráfico parpadeantes, vibraciones del sol, la luna y los árboles en los 
bulliciosos crepúsculos de invierno de Brooklyn, estrepitosos tarros de basura y una regia clase de iluminación de la 
mente. Quienes se encadenaron a sí mismos a los subterráneos para el viaje infinito desde Battery al santo Bronx en 
benzedrina hasta que el ruido de las ruedas y niños empujándolos hacia salidas exploradas estremecidas y 
desiertos golpeados de cerebros absolutamente secos de esplendor en la melancólica luz del Zoo. Quienes se 
hundieron toda la noche en la luz submarina de Bickford's emergidos y sentados junto a la añeja cerveza después 
del mediodía en el desolado Fugazzi's, escuchando el crujido del destino en la caja de música de hidrógeno. 
Quienes hablaron setenta horas seguidas desde el parque a la barra a Bellevue al museo al Puente de Brooklyn, 
batallón perdido de conversadores platónicos bajando de espaldas las escaleras de escape de los alfeizares del 
Empire State lejos de la luna, gritando incoherencias, vomitando susurrando hechos y recuerdos y anécdotas y 
patadas en la bola del ojo y traumas de hospitales y cárceles y guerras, intelectos enteros disgregados en amnesia 
por siete días y noches con ojos brillantes, carne para la Sinagoga arrojada al pavimento. Quienes se desvanecieron 
en ninguna parte de Zen New Jersey dejando un reguero de ambiguas postales ilustradas de Atlantic City Hall, 
sufriendo sudores orientales y artritis Tangerianas y jaquecas de China bajo la basura en las salas sin muebles de 
Newark. Quienes dieron vueltas y vueltas en la medianoche por el patio de trenes preguntándose adónde ir, y 
fueron, sin dejar corazones rotos.

[...]

Otra autora que no puedo dejar de lado al escribir sobre poemas de ciencia ficción es Wislawa Szymborska, quien elige las palabras precisas para hacernos sentir como si viéramos el pasado y el futuro unidos en un presente que invita al cambio, una voz que reconoce el fracaso del pasado y que intenta esperar con buenos ojos el futuro aunque se asome oscuro y circular.

Bajo una estrella

Perdona, azar, que te llame necesidad.
Perdón, necesidad, si al tenerte me equivoco.
Perdonen, difuntos, que apenas los recuerde.
Perdón, tiempo, por todo lo que se me escapa en un segundo.
Perdóname, viejo amor, que el nuevo me parezca el primero.
Perdónenme, guerras lejanas, por traer flores a casa.
Perdonen, heridas abiertas, que acabe de pincharme
el dedo.
Perdónenme los que claman desde el abismo por
escuchar ese disco de minueto.
Perdónenme, los que corren en las estaciones, por quedarme
dormida al amanecer.
Perdón, esperanza azuzada, porque a veces estalle
de risa.
Disculpen, desiertos, por no ofrecerles ni una gota
de agua.
Y tú, halcón, idéntico desde siempre, enjaulado,
que miras fijamente el mismo punto,
perdóname, aunque seas un pájaro embalsamado.
Discúlpame, árbol cortado, por las cuatro patas
de la mesa.
Perdón, grandes preguntas, por darles respuestas
fútiles.
Verdad, no me hagas demasiado caso.
Trascendencia, muéstrate generosa.
Soporta tú, misterio del ser, que no haga más que
deshilvanar tu solemne velo.
No me condenes, alma, por tenerte tan rara vez.
Todo, perdóname si no estoy en todas partes.
Me disculpo frente a todo por mi incapacidad de ser
cada uno o cada una.
Sé que mientras vivo, nada me justifica,
pues yo mismo soy mi propio obstáculo.
Lenguaje, no me tomes a mal por servirme de tus
patéticas palabras
y luego empeñarme en que parezcan ligeras.

Utopía

Una isla donde todo se aclara.
Ahí se pisa la tierra firme
de las pruebas.
Hay un solo camino, el de la llegada.
Los arbustos encorvados se pliegan bajo el peso
de las respuestas.
Ahí crece el árbol de la Hipótesis Adecuada
con las ramas desenredadas desde siempre.
El árbol de la Comprensión, deslumbrante, recto,
junto al manantial que susurra: "Es así."
Más se interna en el bosque, más se abre
el Valle de la Obviedad.
Si surge una duda, la desvanece el viento.
El eco, sin que nadie se lo pida, toma la palabra
con ganas,
y aclara los misterios del mundo.
A la derecha, una cueva donde hay sentido.
A la izquierda, el Lago de la Profunda Convicción.
La verdad se desprende del fondo y ya flota en la
superficie.
La Seguridad Intocable domina el Valle.
Desde su cumbre se contempla la esencia de las cosas.

A pesar de tantos atractivos la isla está despoblada,
y las pequeñas huellas de los pies, reconocibles
en la orilla,
se dirigen todas, sin excepción, al mar.
Como si sólo se hubieran ido desde allí
para volver a sumergirse, sin remedio,
en una vida inconcebible.

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