Existencias, responsabilidades y saltos de fe


Básicamente, ¿qué estamos haciendo? Creo que esa es la actitud ante la mayor parte del discurso político y cultural del 2023. Tan sólo… ¿qué estamos haciendo?


La filosofía no es muy sexy. ¿Alguna vez has visto a un grupo de colegas barbudos sentados alrededor de una mesa con chaquetas de tweed discutiendo sobre epistemología y has pensado: “chicos, ¿son un montón de productos de supermercado? Porque tengo un cupón para conseguir esos culos”. 

Sí, yo tampoco. 

Pero si hay una rama de la filosofía que destila una sutil energía sexual, ésa es el existencialismo, la escuela de pensamiento que nació a partir de unos franceses mientras bebían cócteles y fumaban como chimeneas en cafés de moda, que tira por la borda toda esa lógica aburrida para pensar en la libertad radical, la responsabilidad –con uno mismo y con los demás– y un mundo sin Dios. Esto lo hace bastante atractivo para quienes preferimos la vida de café a la de biblioteca. También es la razón por la que hemos hablado mucho de ello a lo largo de los años en literatura, cine y televisión. 

Gran parte de nuestros medios favoritos exploran ideas como la libertad, la identidad y la falta de un significado coherente y, resulta, que el existencialismo es la herramienta perfecta para entender estos temas más profundos. Pero este amor desvergonzado por la filosofía francesa corre el riesgo de ignorar el hecho de que el existencialismo también tiene muchos problemas y muchos detractores, especialmente los que desconfían de la idea de que todos tengamos realmente una libertad radical. Esto sido criticado por otros filósofos, escritores, teóricos políticos e incluso teólogos, pero nadie ha sido más duro con el existencialismo que los propios existencialistas, lo cual tiene sentido porque ¿no somos todos nuestros críticos más duros? 

Entonces, ¿sigue siendo útil el existencialismo en 2023? ¿Aún es defendible o sólo fue un momento de moda alimentado por comenzar a beber a las 9 a.m.? ¿Qué ha cambiado?

Saltos de fe

Para hablar realmente del existencialismo, tenemos que volver sobre él, ya que surgió en gran medida como respuesta a algunos de los modelos de pensamiento que lo precedieron, sobre todo el idealismo y el racionalismo. La esencia de ambos es que la realidad es una estructura comprensible que se puede conocer a través de la razón –Descartes y compañía–. 

Con el idealismo, especialmente en la variedad alemana, este pensamiento va más allá, argumentando que hay una estructura consistente e ideal que se aplica tanto al mundo objetivo –que es, ya sabes, la naturaleza y las cosas que están fuera de nuestra humanidad–, como al mundo subjetivo –cosas como la conciencia humana–. Ahora, esencialmente, tu subjetividad comparte el mismo ADN con la realidad objetiva, y las dos pueden entonces reconciliarse en una gran cosa por lo que Hegel llama el proceso del espíritu.

Ahora bien, si nuestra conciencia y la realidad comparten la misma estructura, entonces todo es más o menos conocible a través del pensamiento reflexivo, y uno puede hacer todo esto desde la comodidad de la sala de de nuestros hogares, lo que podría llevar a considerar la reflexión más importante que la acción. Y pensar en términos de razón objetiva podría considerarse más importante que pensar en uno mismo como sujeto individual específico.

Kierkegaard por Stephen Collins

Kierkegaard estaba en la universidad cuando este tipo de pensamiento estaba de moda, y aunque estaba influenciado por el idealismo, le preocupaba que esta forma de pensar tratara la existencia de la vida y la subjetividad individual como estructuras conceptuales que debían entenderse en términos racionales y lógicos, y le preocupaba especialmente que el idealismo fuera a convertir la religión, que es algo que él consideraba basado en la fe, en algo totalmente lógico. Esto le llevó a alejarse de la reflexión objetiva y a hacer hincapié en el pensamiento subjetivo y en categorías como individuo único, fe y decisión. 

De acuerdo con el danés, no podemos sentarnos a pensar en las cosas todo el día con la esperanza de acertar. Tenemos que asumir riesgos y dar saltos de fe para crear nuestra propia subjetividad y, aunque no se autoproclamó existencialista, la obra de Kierkegaard fue el modelo del siglo XIX para lo que vendría después. 

La existencia, la esencia y las demás cosas

Lo que siguió fue el existencialismo propiamente dicho, una sensibilidad filosófica surgida en París en la década de 1930. La mayoría de los llamados existencialistas no sólo escribieron trabajos académicos formales, sino también obras de teatro y novelas. El existencialismo era especialmente propicio para la expresión creativa porque se centraba en la experiencia vivida por el individuo; su pasión, ansiedad y emociones. También es la razón por la que las películas de hoy en día siguen abordando estas cuestiones. 

Entre los primeros miembros del existencialismo se encontraban Sean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Albert Camus y Maurice Merleau-Ponty. Empecemos por Sartre, que dio a la escuela de pensamiento su famosa frase inicial, “la existencia precede a la esencia”. La idea aquí es que eres quien eres, no por ninguna estructura inherente o predeterminada, sino por tu propia existencia. Aunque este tipo de libertad puede parecer tentadora, también induce a la ansiedad porque significa que somos totalmente responsables de lo que somos y de lo que hacemos. 

Ahora bien, Sartre llamaba “mala fe” a la negación de esta libertad fundamental. Una especie de autoengaño performativo por el que tratamos de actuar como si no fuéramos libres, es decir, el ejemplo que da: un mesero que actúa como si servir mesas fuese su destino. Aunque mucho de esto encaja con Kierkegaard, Sartre y sus compañeros de borrachera llevaron las cosas en una dirección más laica, describiendo el existencialismo como:

Nada más, pero en los intentos de sacar todas las conclusiones de una posición consistentemente atea.

Pero no se trata del tipo de ateísmo furioso de 17 años que se encuentra en algún tipo de nihilismo. Es un proyecto ontológico de reflexión sobre lo que significa que Dios no exista. La misma cita continúa: 

En este sentido, el existencialismo es optimista. Es una doctrina de la acción.

Porque si no hay Dios, y sólo estamos nosotros, entonces somos responsables de lo que hacemos de nosotros mismos en el mundo, y somos responsables de la creación de significado. Por ejemplo, vemos este tipo de intención en películas recientes como Everything, everywhere all at once y Spider-man: across the spider-verse, donde no existe una realidad coherente y determinada, y las elecciones individuales acaban dando forma tanto a la subjetividad, como al mundo.

Para algunos, este tipo de existencialismo es atractivo porque hace hincapié en nuestra propia libertad y responsabilidad, pero otros podrían considerarlo insuficiente, carente de preocupación por aspectos concretos de la existencia. Porque, seguramente, alguien nacido en una familia rica de un país desarrollado no tiene el mismo tipo de libertad que un huérfano que vive en la pobreza de la periferia. 

Sería absurdo decir que todos somos igual de libres cuando cosas como el color de la piel, la orientación sexual y el acceso a la riqueza pueden determinar –y determinan– drásticamente nuestras posibilidades. 

Ambigüedades

Por eso es crucial la obra de otra existencialista, Simone de Beauvoir. Ella era más consciente de que los factores biológicos y sociales pueden limitar nuestra subjetividad y libertad, lo que tiene sentido al ser la única mujer del primer grupo de existencialistas, que vivió en un mundo increíblemente patriarcal y misógino, tan totalmente distinto del nuestro… ¿no?

En su libro La ética de la ambigüedad (1947), explora la aparente contradicción entre el énfasis de Sartre en la libertad radical y las restricciones y límites de las circunstancias materiales. Escribe que “sin embargo, el hombre no crea el mundo. Sólo consigue revelarlo a través de la resistencia que el mundo le opone”. 

En otras palabras, nuestra acción libre se realiza siempre contra la resistencia de un mundo de facticidad. Por ejemplo, sólo cuando no puedes permitirte los buenos trozos del cerdo se te ocurre cómo utilizar las sobras para crear salchichas. A continuación, lo aplicó a una cuestión que, casi 100 años después, ya no preocupa a nadie –es broma–. La distinción entre sexo y género. 

En su libro El segundo sexo (1949), escribió esa famosa cita: “No se nace mujer: se llega a serlo”. Básicamente aplica el lema fundacional del existencialismo –que la existencia precede a la esencia– a la cuestión de la identidad de género. Sostiene que el sexo biológico no determina el género, que es algo que se configura a través de la existencia. A continuación, explica por qué la mujer es el segundo sexo, ya que el hombre ha sido el término universal utilizado para designar a la humanidad como tal, es decir, cuando nos referimos a la humanidad en general, utilizamos el lenguaje del hombre, y la mujer es algo que es otro.

Esto crea un mundo social y político en el que las mujeres siempre están categóricamente en una posición secundaria y tienen que utilizar a los hombres o la adyacencia a los hombres para adquirir poder. De este modo, de Beauvoir adopta una perspectiva más social y política del existencialismo, reconociendo que la libertad radical tiene límites y que la sociedad está estructurada de un modo que determina drásticamente las posibilidades de quienes carecen de identidad universal, es decir, los hombres –blancos– europeos.

Este proyecto fue impulsado en la década de 1950 por el psiquiatra y filósofo afrocaribeño Frantz Fanon, que también se inspiró en Sartre y de Beauvoir y entabló amistad con ellos. Ahora bien, podría decirse que Fanon llevó aún más lejos la libertad y la contradicción existencialistas con el mundo real al aplicarla a cuestiones de racismo y colonización. 

Richard Pithouse describe su obra como “una combinación de existencialismo sartreano y marxismo”. En su libro Piel negra, máscaras blancas (1952), Fanon describe cómo la negritud había sido creada como una categoría totalmente distinta a la de lo blanco, al igual que de Beauvoir había hecho con la mujer como alteridad del hombre. Afirmaba que el sujeto negro colonizado debía utilizar el lenguaje y la cultura blanca para obtener reconocimiento social. 

En otras palabras, una persona negra debe ponerse una máscara blanca para ganar su humanidad a los ojos del colonizador blanco. La solución a esto, y por mucho que él esboce una, es básicamente crear un nuevo humanismo que trascienda el fundamento de lo blanco y la alteridad de la negritud simplemente rechazando esas jerarquías raciales. Como escribe Fanon: 

Creemos que el individuo debe esforzarse por asumir el universalismo inherente a la condición humana.

En otro texto, Los condenados de la tierra (1961), afirma:

Por Europa, por nosotros mismos y por la humanidad, camaradas, debemos empezar de nuevo, desarrollar una nueva forma de pensar y esforzarnos por crear un hombre nuevo.

Más allá del individuo libre

Es decir, para tener una humanidad universal, no basta con que todo el mundo participe en la cultura blanca; tenemos que crear algo totalmente nuevo. ¿En qué lugar deja esto a Sartre? ¿Los enfoques más radicales del existencialismo, como los de Beauvoir y Fanon, han dejado su obra en el olvido, o ha sabido el viejo hombre adaptarse a los nuevos tiempos? En una entrevista de 1969, Sartre afirmaba:

El otro día releí un prefacio mío a una colección de obras […] y me escandalicé de verdad. Había escrito: “cualesquiera que sean las circunstancias, y cualquiera que sea el sitio, un hombre es siempre libre de elegir ser un traidor o no”. Cuando lo leí, me dije: es increíble. ¡De verdad me lo creía! 

Está diciendo que su previo énfasis en la libertad radical fue demasiado lejos en términos de no reconocer la forma en que las condiciones materiales y sociales limitan esta libertad, especialmente en relación con las fuerzas políticas. En los años transcurridos desde que escribió su libro El ser y la nada (1943) y puso en marcha todo el existencialismo, Sartre había experimentado una transformación materialista y se había dado cuenta de que sus primeros trabajos carecían de una explicación adecuada del modo en que las fuerzas materiales, sociales y económicas imponen limitaciones muy reales a nuestra libertad. 

Esto le llevó a explorar ideas en torno a la dialéctica y, más concretamente, al materialismo marxista. La dialéctica que encontramos en Hegel –de una manera muy simple– es la idea de que el pensamiento se desarrolla a través del antagonismo, y que las ideas a menudo tienen relaciones dialécticas, lo que significa que la fuerza productiva del pensamiento es la contradicción. 

Por ejemplo, podríamos decir que la contradicción entre la voluntad de las masas y las monarquías –idealmente– conduce a una idea, como la democracia. Basándose en esto, el materialismo marxista sostiene que es el antagonismo entre la humanidad y el mundo material lo que da forma a la historia; lo que significa que algo como la rueda no surgió sólo porque los seres humanos somos súper inteligentes, sino porque experimentaron un antagonismo directo entre su deseo de mover cosas pesadas a largas distancias, y su incapacidad para hacerlo, o como el antagonismo entre querer beber cerveza y también querer usar nuestras manos llevó a los seres humanos a desarrollar un casco de cerveza. 

El interés de Sartre por el marxismo parece estar muy lejos de sus días kierkegaardianos de subjetividad de libertad radical, ya que Marx era más un tipo de análisis social concreto que un tipo de salto de fe radical. En uno de sus últimos textos, Questions de méthode (1957), Sartre menciona:

Así pues, Marx, más que Kierkegaard o Hegel, tiene razón, puesto que afirma con Kierkegaard la especificidad de la existencia humana y, junto con Hegel, toma al hombre concreto en su realidad objetiva. 

Otra forma de decirlo es que el existencialismo clásico se quedó atascado pensando en la experiencia del individuo libre sin tener las herramientas para entender cómo esta libertad puede verse limitada y moldeada por fuerzas objetivas, como el sexismo, el racismo o la clase social. Sartre explora esta cuestión en su segunda gran obra, Crítica de la razón dialéctica (1960), un libro muy extraño y largo que escribió, en serio, mientras consumía anfetaminas. 

(Nota del editor: Si quieres escribir un buen libro de filosofía, no consumas anfetamina… creo)

Mi formalismo, que se inspira en el de Marx, consiste simplemente en reconocer que los hombres hacen la historia precisamente en la medida en que ella los hace a ellos. Esto significa que las relaciones entre los hombres son siempre la consecuencia dialéctica de su actividad. 

Aunque parezca escrito por alguien que acaba de esnifar once líneas de Adderall, tiene un punto. 

Está diciendo que, claro, los humanos somos libres de hacer lo que queramos, pero no somos libres de factores materiales, sociales y políticos determinantes. Piénsalo así: puedes escuchar tu podcast favorito sin audífonos en el metro, pero no eres libre de impedir que algún adolescente te tire piedras o un Frutsi congelado. 

En lugar de decir que se trata de una disyuntiva entre la libertad radical y el determinismo material, Sartre cree que lo que hay que hacer es poner estas cosas juntas como parte de un proceso más amplio; al hacerlo, Sartre, de Beauvoir y Fanon acaban defendiendo una posición que es una versión mucho más radical social y políticamente del existencialismo. 

¿Y luego?

Bien, pero ¿por qué importa todo esto? Bueno, si nos fijamos en el existencialismo clásico, se hace mucho hincapié en la subjetividad individual y la responsabilidad. Eres libre de cambiarte a ti mismo, como mejor te parezca. Mientras tanto, otras escuelas filosóficas, muchas de las cuales eran bastante contrarias, se centraban en las condiciones materiales y en cómo podíamos pensar sistemáticamente en cambiar el mundo, siendo los individuos meros actores en ese proceso de transformación. 

Por decirlo de otro modo, el existencialismo clásico ofrece una especie de enfoque apolítico de la existencia, en el que soy responsable de mí mismo y libre de hacer lo que quiera, lo que puede ser útil si estás en un retiro tú solo en una cabaña en el bosque intentando superarte a ti mismo y esas cosas. Pero es menos útil cuando bajas de las montañas y tienes que existir en una sociedad compleja y fracturada, llena de fuerzas sociales y materiales que tiran de ti en nueve direcciones diferentes.

Si las mismas personas que crearon el existencialismo argumentaron que sus primeros trabajos no eran realmente adecuados para abordar la compleja realidad social, política y material en la que estaban inmersos, tenemos que preguntarnos si podemos leer sus primeros trabajos sin tener en cuenta dónde acabó su pensamiento.  Y más aún, puede que tengamos que preguntarnos qué significa realmente la libertad en un mundo en el que nuestro lugar de nacimiento, color de piel o clase económica pueden tener efectos radicalmente diferentes sobre lo que es posible para nosotros.

Básicamente, ¿qué estamos haciendo? Creo que esa es mi actitud ante la mayor parte del discurso político y cultural del 2023. Tan sólo… ¿qué estamos haciendo?

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