La mutación en la estética del miedo

Parte 1

Somos nuestros miedos y sobre todo, somos la manera en la que reaccionamos a ellos. Somos también lo que creamos y decimos a partir de él. Desde el miedo y asombro que probablemente experimentaron aquellos humanos al presenciar por primera vez el calor abrasante del fuego, la temblorina en las piernas tras verse frente a frente con el aliento caliente y húmedo de un animal feroz, la oscuridad desconocida del océano, hasta el vértigo al estar en un barranco y mirar hacia abajo. Poco a poco hemos generado herramientas para vencer cada uno de ellos, yo no sé qué tantos traumas tendría acumulados (más de los que tiene una persona promedio, probablemente) de pequeña cuando juraba y perjuraba que unos ojos demoniacos me miraban desde mi clóset si no hubiera tenido la lamparita de winnie pooh al alcance inmediato de mis manitas. Pum, una luz en forma de tarro de miel solucionaba, de pronto, la inquietud de lo desconocido.

De pequeños, claro está, el miedo está a la vuelta de cada esquina, quien no se haya asustado con la escena del bosque encantado en la película de blancanieves o con la cueva con boca de la película de aladdin, que lance la primera piedra. Luego los hermanos mayores, los primos y los compañeros más grandes en el patio de la primaria con sus sustos de historias fantasmas, los pasillos encantados y las casas embrujadas. Y cómo olvidar el miedo colectivo que se gesta en cada zona y se pasa de generación en generación: la llorona, el coco, el chupacabras. Pero conforme fuimos creciendo, a pesar de permanecer unos cuantos temores hacia los ruidos extraños en medio de la noche, los miedo comenzaron a cambiar de manera más brusca, nos volvemos, pienso yo que para protegernos, duros, escépticos, “lógicos”. 

El miedo, pues, muta; sin embargo, no es del inevitable cambio en la percepción del miedo a nivel individual de lo que quiero hablar, sino de la mutación generalizada del terror que se experimenta generacionalmente debido al cambio del ser humano como engranaje en su sociedad. Los cuadros románticos como los de Goya, por ejemplo, daban de qué hablar, asustaban y causaban una sensación de ansiedad característica del romanticismo. Luego el miedo lo acaparó una pesadumbre de carácter bélico. Dando cuenta de eso tenemos los grabados de Otto Dix, ¿y hoy? quizá ese sentimiento de incomodidad lo encontramos en videos coreanos en los que se comen a animales vivos viendo fijamente a la cámara. 

El punto es que el entorno es una mano que moldea todo lo que está a su alcance, como hoy en día, que las cosas se modifican debido a la violencia del contexto. Violencia que, en pocos años, ha transformado el miedo a lo desconocido por el miedo a lo que sabemos perfectamente que puede sucedernos en cada esquina. ¿A qué me refiero con esto? A que es difícil no temerle a los ruidos inesperados que suenan durante las noches, pero no tememos a la idea de un alma en pena que al no poder descansar, nos quita el sueño en su incorporeidad, sino a la posibilidad de que esos ruidos provengan de las suelas de los zapatos de alguien que, arma en mano, puede hacernos daño de verdad. 

Uno tendría que estar sumamente desconectado de la realidad para no darse cuenta que, especialmente en los últimos años, la violencia en el país ha incrementado de manera exponencial, casi como si fuera una competencia por ver qué tanta sangre se puede derramar en el menor tiempo posible. Feminicidios, desapariciones, asesinatos, la guerra contra el narco, una larga suma de resultados de la violencia sistemática que genera la organización añeja de la sociedad. El país rápidamente se ha convertido en carnicería. Como consecuencia de esto, el terror, insisto, ya no está en los mismos lugares. 

Somos conscientes de ello y respondemos temblando de miedo ante una realidad que ha superado incluso a los mejores creadores de ficción. Y es que cualquier cuento de Poe o de Lovecraft queda como historia infantil ante el terror que, por ejemplo, provoca algo que pareciera tan irrelevante como el cambio de horario a las mujeres que regresan solas a sus casas con miedo a que esa caminata sea la última de sus vidas. Esta consciencia se ha visto representada, precisamente, en las obras y piezas de los últimos años, sobre todo por aquellos artistas que viven insertos en contextos violentos (aunque en esta etapa del mundo, la pregunta sería qué contexto NO lo es). 

Referentes del nuevo terror

Como mencionaba, múltiples artistas han representado la realidad que los envuelve, de maneras que sin tener los aspectos del terror como lo conocíamos (monstruos, seres híbridos, manos peludas que jalan pies) logran estremecernos hasta la médula. Aquellos que se han encargado de darnos probadas de cómo se experimenta el miedo hoy, son muchísimos y varían los géneros en los que lo hacen (poesía, novela, películas, piezas artísticas como esculturas, pinturas, fotos e instalaciones), sin embargo pienso enfocarme en solo unas cuantas de ellas que me parecen importantísimas como referentes actuales.

Teresa Margolles

Me parece sumamente importante hablar de ella primero que nada porque su trabajo es quizás el más explícitamente representativo de la violencia que se experimenta en el país, sobre todo en la zona norte y más específicamente en Ciudad Juárez, de donde ella es nativa. Su trabajo ha sido criticado en múltiples ocasiones debido a la visceralidad de este, pues una de las características más conocidas de la artista es su acercamiento a la muerte de la manera más literal posible, pues ella, al crecer en un espacio en el que se apilaban cadáveres en las calles, decidió entrar a la morgue para tener un contacto directo con los cuerpos. Estas representaciones representan, además de ese contacto literal con los cuerpos magullados, un contacto cara a cara con el terror que nos embarga al saber que esas muertes violentas pueden ser las de cualquiera. 

Lengua, Teresa Margolles (2000)

Fernanda Melchor, Mariana Enríquez y Sara Uribe

Estas escritoras han resumido, al menos en el campo de la literatura, la manera en la respiramos y engullimos el miedo, poniendo en contraste atmósferas y escenarios con elementos oscuros y típicamente relacionados al terror en su representación más convencional (brujas, la oscuridad, médiums, etc) con el terror más brutal de todos, aquel fruto de las fallas estructurales que existen en una sociedad cargada de tanta sangre, como lo son las dictaduras, el narcotráfico, los desaparecidos, los feminicidios, etc. 

Fernanda Melchor, escritora veracruzana, escribe sobre estas violencias en sus novelas. Especialmente en Temporada de Huracanes podemos ver el contraste que menciono, pues nos sitúa, como lectores, en una especie de Comala, llamado La Matosa, en donde se narran los sucesos alrededor del asesinato de la bruja del pueblo. Lo especial en esta aclamada novela, es precisamente la manera en la que Melchor utiliza lo que pareciera un evento sobrenatural que pareciera tenebroso y diabólico para encaminarnos al verdadero terror que subyace en la cotidianeidad de una sociedad machista y en específico de un pueblo que terminó, como tantos, en las garras del narcotráfico.

Dentro del mismo contexto mexicano, está también Sara Uribe, filósofa y escritora contemporánea que con su libro Antígona González (en el cual tendría que hacerse otro artículo que hable únicamente de lo increíble de la estructura, el juego de voces y el uso de juegos de escritura no creativa que adopta en él) expone, utilizando de base la tragedia griega Antígona, la violencia y el dolor de una sociedad que no puede llorar la muerte de los desaparecidos. Situación que no solo fue notable con los normalistas de Ayotzinapa desaparecidos, sino que sigue aconteciendo con cada vez más frecuencia.

Y yéndonos un poco más lejos dentro de la literatura latinoamericana actual, está en Argentina Mariana Enríquez (escritora a la que ya le dediqué un artículo entero) cuyos temas, a pesar de seguir una línea conocida de lo macabro con características como la oscuridad, las casas embrujadas y los fantasmas, también enmarcan, con los momentos históricos que elige, el terror de la dictadura, la propagación masiva del sida como consecuencia de falta de una falta de información establecida por el tabú de la homosexualidad, el nepotismo y la podredumbre de las familias más ricas que desde hace siglos mantienen el control y poder de la sociedad. 

Portada de Temporada de Huracanes, libro de Fernanda Melchor

Portada de Antígona González, libro de Sara Uribe
Portada de Nuestra parte de noche, libro de Mariana Enríquez

Ahora, este fue un acercamiento a aproximaciones de carácter literario y apenas una pasada por lo artístico en un contexto muy específico conmo lo es latinoamérica, sin embargo, en la siguiente parte de este texto, pienso profundizar especialmente en el cine, no es gratuito que estén en boca de todos películas como Us, Get out, Hereditary… Y todo esto nos hace preguntarnos, ¿Cuál será la aproximación al miedo en, no sé, cincuenta años?

Post a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *