“PARECÍA TENER A LA MUERTE EN NÓMINA.”
-Enrique Metinides
Cautivado por el caos de la ciudad y fascinado por los choques de automóviles, Enrique Metinedes se encargó de plasmar los desastres de la Ciudad de México. Presenciar tantas desgracias le causo una herida mental permanente, una obsesión con las víctimas sobrevivientes, una normalización de la violencia y la romantización de la inseguridad. Al final son síntomas que todos adquirimos al vivir en la CDMX.
Enrique se encontró en la república mexicana por accidente. Siendo hijo de inmigrantes griegos, su familia buscaba una mejor vida en Estados Unidos, pero su barco realizo una escala en el puerto de Veracruz y el resto, como dicen, es historia. Al asentarse en México su padre empezó a manejar un establecimiento de fotografía en el centro histórico de la ciudad, cerca del Hotel Regis, para luego abrir un restaurante en la Santa María la Ribera.
Este corto acercamiento a la fotografía fue esencial para Enrique, su padre lo sorprendió en su cumpleaños número 9 con una pequeña cámara con un rollo de 12 fotos en blanco y negro. A sus 9 años agarro su primera cámara, y fue la última vez que sus manos estuvieron vacías
Esa cámara, por más pequeña que fuera, se convirtió en una extensión de su persona, una herramienta esencial para plasmar su contexto y más importante la manera en la que veía el mundo.
A su corta edad de 12 años, el fotógrafo empezó a vender sus piezas de fotoperiodismo a la revista Crimen, que le pagaba un total de 100 pesos por foto. En el círculo era conocido como “El Niño”, por si gran talento y edad. Los diarios le han dado descripciones aparte como, el niño mirón, el niño que vio demasiado, entre otras. Pero prevalece el descriptivo de su inocencia, aun en su muerte siempre es conocido como el niño.
Durante su carrera, Metinides fue reconocido por el encuadre de sus fotografías. Siendo imágenes destinadas para la revista de nota roja, requerían un conocimiento básico de la fotografía, pues su objetivo principal era informar, más, Enrique creaba escenarios bellos sobre situaciones terribles.
Veía a la muerte como ninguno de sus antecesores, y la plasmaba como un momento de paz, descanso y tranquilidad. Siempre cuidando la luz, y enfocando al personaje principal de estos escenarios, las víctimas. Cada fotografía contaba con elementos del fondo que expandían la narrativa, sea el lugar o los otros asistentes. Algo que se le atribuye a sus obras, es la inclusión de los mirones, personas que no están implicadas en los desastres, pero se detuvieron para ver que estaba pasando.
Son elementos esenciales para plasmar el terror de Enrique, desde la perspectiva externa nos podemos situar en el momento del desastre. Ponernos en sus zapatos y pensar: “¿qué hubiera pasado si ese fuera yo?”. El caos de la ciudad no perdona o excluye a nadie, cada día estamos más cerca de ser parte de estos desastres y no hay nada que podamos hacer para evitarlo. Enrique nos excede de ese sentimiento, y presenta a la muerte, por más trágica que fuera, como algo bello, natural, algo inevitable que no tiene sentido.
El fotoperiodismo está de luto, la perdida de Enrique es resonada por toda la ciudad, con un hueco que se sentirá. Este martes, mientras nos ocupábamos celebrando a las mujeres que nos cuidaron, Enrique Metinides se unió a la muerte con la tranquilidad y elegancia que ya conocía.
“Yo trataba de tomar fotografías que lo contuvieran todo. Seguía queriendo hacer una película, como cuando era niño. Intentaba que se viese al asesino, a la víctima, a la policía, al público…”
-Enrique Metinides
Last modified: mayo 11, 2022
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